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KOMA

Demasiado pronto demasiado
profundo demasiado joven
demasiado, demasiado rápido

Demasiado pronto demasiado tarde
demasiado tarde demasiado pronto para lo suficiente, sin montañas y valles, las montañas cumbre sin llorar
ángel sin alas, sin risas

Un corazón sin amor de una vida sin muerte,
recuerdo que ninguna de estas palabras
de la Coma mi alma no hay ninguna
puerta a la luz fresca no levantar mi
espíritu desempeña en torno a las venas
como las ramas de mi cuerpo entrelazar

Y estoy empujando a mí mismo cada
movimiento me prohíben subir al cielo
y me pierden en el cielo, pero las lágrimas,
el azul gris colapsa el ¨ sombras caen sobre mí
estoy esperando aquí estoy esperando
aquí estoy esperando aquí ...

DER TOTE WINKEL

*El Punto Ciego*

Estuve en el punto ciego
En esta – mi tragedia
Palabras que no son suficientes
Para describir esta miseria
No soy suficiente

Pensamientos sellados
Atrapados en el punto ciego
Determinados por el lugar
Definidos por la mirada

Ayúdame –
Ayúdame a salir del punto ciego
Sácame –
Sácame del punto ciego
Siente me –
Siente la piel que nadie ha tocado
Escucha atentamente
Escucha lo que nadie ha escuchado antes

Estuve en el punto ciego
Estratégicamente colocado
Fui terminado
Y me vi como deshecho
Me sentí sentido

Pensamientos sellados
Atrapados en el punto ciego
Determinados por el lugar
Definidos por la mirada

Ayúdame –
Ayúdame a salir del punto ciego
Sácame –
Sácame del punto ciego
Siente me –
Siente la piel que nadie ha tocado
Escucha atentamente
Escucha lo que nadie ha escuchado antes

Estuve en el punto ciego
Siendo siempre el punto ciego
No visible – pero evitable
Invisible – pero evitable

CALL ME WITH THE VOICE OF LOVE

Te vi con las flores,
Ellas no significaban nada para mí – no,
Te vi en la esquina,
No te volteaste hacía mi,
Para mi corazón que esta orando:

Llámame –
Llámame con la voz del amor,
Sostenme –
Sostenme en los brazos de la fé.

Tu fuiste la primera – tu fuiste la última,
A la que abrí mi corazón,
Ahora pareces estar tan lejos,
Regresa y quédate,
Para que diga:

Llámame –
Llámame con la voz del amor,
Sostenme –
Sostenme en los brazos de la fé.
Llévame –
Llévame a las puertas de la ternura,
Siénteme –
Siénteme como yo te siento.

Llámame –
Llámame con la voz del amor,
Sostenme –
Sostenme en los brazos de la fé.
Llévame –
Llévame a las puertas de la ternura,
Siénteme –
Siénteme como yo te siento.
Siénteme como yo te siento.
Siénteme como yo te siento.

DIE TABUE

Die tabu-la paloma

Nunca conociste a tu padre,
Tu madre era como una paloma,
Ella volaba de rama en rama,
Como la espía de Noé,

En medio de las inundaciones de la actividad humana,
Siempre en la búsqueda de tierra segura.

Abrazame-abrazame-¡abrázame muy fuerte!

Así extraños se tornaron enemigos,
Como alcanzaron a la paloma,
Y la paloma se dejo atrapar,
Abrazame-abrazame-¡abrázame muy fuerte!

Con la maleta parado en la puerta,
Un nuevo pueblo en el ocaso,
Una nueva cama-un nuevo hotel,
Abrazame-abrazame-¡abrázame muy fuerte!

Ella nunca hablo de tu padre,
Solo en esta noche,
Como si a través de los labios besara una llaga,
Y con una mirada de horror en su rostro,
Ella cayó a través de la puerta y suspiro:
Abrázame fuerte,

Ese pueblo era extraño,
Esa noche era más ruidos que antes,
Ella estaba sola,
Angustiada hasta las lágrimas, escondió su rostro de mí,

El extraño toco a la puerta y el enemigo entro,
Yo vi la mano extendida,
Y la paloma se lleno de miedo,
Y golpee y golpee,

Y golpee con todas mis fuerzas,
Y golpee en los huesos,
Y golpee en el cerebro.

Los años han ido y venido,
No e visto mi madre, desde esa noche,
Un techo sobre mi rostro,
Un acama de mi propiedad,

Y amo a mi esposa,
Y beso a mi hijo,
Por todo el amor,
Que ahora me rodea,
Nunca olvidare,
La sangre que derrame,
Y el hombre moribundo,
Que me dijo:

He regresado hijo mío,
¡Abrazame-abrazame!

I LOST MY STAR IN KRASNODAR

Algo más estuvo en este lugar
Algo que nunca conoceré
Algo en lo que siempre pensaremos
Vi la mirada en tus ojos
Antes que desapareciera
Y vi la desilusión en tus ojos
Tu terrible confusión
Maté una estrella en Krasnodar
No vi la muerte entre mis labios
Lo siento por las cosas que dije - y no dije

Yo - Yo no tengo miedo
Yo - Yo no te tengo miedo

Así que estaba ciego por lo que vi
Así que estaba sordo por lo que escuché
Perdí mi estrella en Krasnodar
Así que tengo frío por lo que sentí
Así que estoy muerto por estar vivo
He perdido mi estrella en Krasnodar
En Krasnodar

Brilla - Brilla - Brilla, mi estrella
Brilla - Brilla - Donde quiera que estés

Tu no estás aquí en este lugar
Porque yo sé que nosotros no nos reunirnos otra vez
Por lo tanto yo siempre pensaré en ti
Por qué no sólo puedes ves:
No soy extranjero - no lo sabes?
Yo soy tanto negro como blanco
Siempre el único quién está luchando por
Alguien a quien sostener
Maté tu sonrisa
Maté tu creencia
Maté la estrella de Krasnodar
Lo siento mucho por las cosas que hice - Y no hice

Así que estaba ciego por lo que vi
Así que estaba sordo por lo que escuché
Perdí mi estrella en Krasnodar
Perdí mi estrella
Así que tengo frío por lo que sentí
Así que estoy muerto por estar vivo
He perdido mi estrella en Krasnodar
En Krasnodar

Brilla - Brilla - Brilla, mi estrella
Brilla - Brilla - Donde quiera que estés

A PRAYER FOR YOU HEART

Un Rezo para tu Corazón

Pánico – déjame buscarte
Mantente cerrado – tan cerrado
Obtengo mi fuerza a través de ti
Desaparece – todo este interminable dolor
Vuelve a mí
Vamos a regresar el tiempo

El pasado me llama – Te anhelo
Aún te amo – aún con todo lo que hiciste
Oh – no puedo ser consiente
De todas las cosas que haces
Déjame agarrarme de ti
Así como tú estas en mis recuerdos
Vuelve a mí

Vida- No la dejaré entrar
La empujaré un poco afuera
Cava mi miedo en sustitutos
Rezo – Rezaré por tu corazón
Para detener el sangrado
Y curar esta enfermedad

Ahora, sé que tú aún me amas
No lo cambiaré por otra cosa
Nunca te haré esperar
Soy tu amor perdido
No desaparezcas
Eres un gran recuerdo
Déjame desencadenarte de mí


El pasado me llama – Te anhelo
Aún te amo – aún con todo lo que hiciste
Oh – no puedo ser consiente
De todas las cosas que haces
Déjame agarrarme de ti
Así como tú estas en mis recuerdos
Vuelve a mí

Esta es mi única oración
Para bendecir tu corazón
La fuerza que tú tienes
Ha desaparecido en vano
Me gustaría darte una mano
Si solo quisiera ayudarte
Es tiempo de empezar de nuevo

Y pasar al mundo
Fuera de un sueño
En tu vida?

FEUER

Esta es tú primera y última victoria
Que yo sacrifico mí tiempo, que yo escribo esto
Pero el tiempo es una puta – que se entrega rápidamente
Ya me harte de estarte odiando

Este es tu tiempo
Este es tu tiempo de arder
Este es mi tiempo
Este es mi tiempo de quemarte

Un día estarás en este oscuro lugar,
Te enviaré fuego y entonces escucharé tus gritos

Guardo mi simpatía para aquellos que la merecen
Si - la arrogancia es un lugar solitario
Tu vaso no está medio lleno y no –
Tu vaso no esta medio vacío,
No tienes nada más que esta mancha de agua,
Donde tu vaso alguna vez estuvo de pié.

El tiempo vendrá – tiempo otra vez
Ahora es tiempo – Es tiempo.

Este es tu tiempo – este es tu tiempo de arder,
Este es mi tiempo – este es mi tiempo de quemarte

Tu ignorancia – tu arrogancia,
Tu superioridad – tu egoísmo implota

Un día estarás en este oscuro lugar,
Te enviaré fuego y entonces escucharé tus gritos

A.U.S

Lacrimosa sehnsucht
a.u.s (todo bajo el dolor)
Mis nombres temerosos han escuchado
Y sin embargo contentos tan contentos
Tan contentos lo escuchan
De mi abran de pensar
Que lo que sigue es igual
De mi habrán de pensar
Que lo que sigue es igual
O injusticia o desprecio
Lo que sigue es igual
De mi habrán de pensar que lo que sigue es igual
Oí una palabra de tu boca
Todo bajo el dolor
Mi nombre bajo el dolor
Mis labios forman palabras
Pero mi lengua no las articula
El miedo me deja atontado
Muy atontado
Y me sostiene en pliegues pálidos
Oportunidad perdida
Las palabras se desperdician
El significado esta perdido
Todo bajo dolor
Rechazo otra vez…
Extraño esa libertad
La que un amante no conoce
Y aun extraño el amor
Que recibe el amante
Extraño esa libertad
La que un amante no conoce
Y aun extraño el amor
Que recibe el amante
Extraño esa libertad
La que un amante no conoce
Y aun extraño el amor
Que recibe el amante
Extraño esa libertad
La que un amante no conoce
Y aun extraño el amor
Que recibe el amante



a.u.s (todo bajo el dolor)
Mis nombres temerosos han escuchado
Y sin embargo contentos tan contentos
Tan contentos lo escuchan
De mi abran de pensar
Que lo que sigue es igual
De mi habrán de pensar
Que lo que sigue es igual
O injusticia o desprecio
Lo que sigue es igual
De mi habrán de pensar que lo que sigue es igual
Oí una palabra de tu boca
Todo bajo el dolor
Mi nombre bajo el dolor
Mis labios forman palabras
Pero mi lengua no las articula
El miedo me deja atontado
Muy atontado
Y me sostiene en pliegues pálidos
Oportunidad perdida
Las palabras se desperdician
El significado esta perdido
Todo bajo dolor
Rechazo otra vez…
Extraño esa libertad
La que un amante no conoce
Y aun extraño el amor
Que recibe el amante
Extraño esa libertad
La que un amante no conoce
Y aun extraño el amor
Que recibe el amante
Extraño esa libertad
La que un amante no conoce
Y aun extraño el amor
Que recibe el amante
Extraño esa libertad
La que un amante no conoce
Y aun extraño el amor
Que recibe el amante

Mandira Nabula

Somos asechados,
No hay nada más que hacer,
¡Y lo que dices no tiene sentido!
El suelo y lo que esta debajo de él,
Que me atrae,
Escucho tu nombre,
No puedo sentir tus latidos,
Quiero salir adelante,
¡Ya no te abraces a mí!
¡Déjame ir!

Mandira Nabula – esta noche pasará…

Ayer estabas con estos,
Hoy estas gritando con aquellos,
Exhausto – estoy,
Me pregunto si te puedes ver,
Por que este mundo no gira alrededor de ti,
Mírame – soy el enemigo interno,
Detente – ¡Pues te atraparé!

¡¡¡Abrázame fuerte!!!
Todo – todo,
¡Hubiera dado todo por ti!

Mandira Nabula – esta noche pasará,
Yo vivo – Yo amo,
Y respiro cada vez que te veo.

Y las sombras caen,
Y la tierra tiembla,
Este corazón se rompe,
Desgarrado – extirpado y quemado,
Este corazón se rompe.

Nuestro lenguaje no es el mismo,
Incluso si tu aun piensas y sientes,
Yo vivo – Yo amo,
Y respiro cada vez que te veo.

Mandira Nabula – esta noche pasará,
Yo vivo – Yo amo,
Esta noche pasará.

DIE SEHNSUCHT IN MIR

Tratando de volver a intentarlo,
Aún estoy - inmóvil - y asombrado
un poco - sí - un poco impresionado.
Flotando sobre el dócil mar,
puedo sentir el agua fría
bajo mis pies.
Has sido escogida,
y puedes hacerlo real,
y ver que no sangro más,
sin embargo, ingrávida
descansa mi mirada sobre tí,
y siento un respiro de paz.

Entonces te arrastras a lo largo y la imagen se dispersa
y todo se disuelve.
Nada permanece!!

La tranquilidad perdura sola
y el silencio se vuelve inquietante,
el letargo y la soledad te acompañan
y yo me retuerzo en mi interior
y la tormenta se levanta
provocando las olas.

Pero puedo ponerme de pie,
y mirar tu rostro nuevamente
y si hablara, diría:
que ahora estás aquí- y ahora todo está bien.

HECHIZOS DE ANTIGUAS

HECHIZO PARA RECIBIR LOS PODERES

Escucha ahora las palabras de las brujas
Los secretos que se esconden en la noche
Aquí se invocan a los Dioses más antiguos
La magia consiste en buscar
En esta noche y en esta hora,
Invoco al poder ancestral.
Concede tus poderes a las tres hermanas, dáselo
Queremos el poder, danos el poder.


HECHIZO QUE VENCIÓ A JEREMY

El Poder de Tres nos liberará
El Poder de Tres nos liberará
El Poder de Tres nos liberará


HECHIZO PARA VENCER A JAVNA
Los ojos del Diablo te están mirando,
Pronto estarán extinguidos
Venceremos tu voluntad por nuestro poder,
Ojo de la tierra, malvado y maldito.

HECHIZO PARA ACABAR CON LOS CAMBIAFORMAS
Cuando en el circulo del hogar
No hay seguridad y bulle el mal
Expulsa a los seres de estos muros
y salva a las tres hermanas.
Escucha nuestra llamada.

HECHIZO PARA ENAMORAR HOMBRES
Yo te invoco, yo te invoco
Yo soy la reina, tu eres la abeja
Que se haga mi voluntad.

EL HECHIZO DE LA VERDAD
Para los que quieren descubrir la verdad
Indagar en corazones y secretos revelar
Desde ahora y para siempre
Tras el fin de la memoria.
Aquellos que en esta casa están
La verdad de otras bocas oirán.

MALDICIÓN PARA ENCERRAR A MATTHEW EN EL MEDALLON
Por los siglos de los siglos
Por siempre jamás
Solo tormento y sufrimiento
Conocerás.


HECHIZO DE RENUNCIA
A su procedencia
Que ahora sean devueltos
Que desaparezca la palabra
Que desaparezcan los poderes.


HECHIZO PARA VENCER AL WOOGYMAN
Yo soy la luz
Soy lo bastante fuerte para luchar
Regresa a la oscuridad donde las sombras moran
No tendrás la casa, no tendrás Halliwell
Vete y abandona mi sitio,
Vete en este instante.

HECHIZO PARA DESHACER UN PACTO
El pacto que no debió ser hecho
Danos poder para que quede deshecho
Y que volvamos aquí
cuando sea un hecho.

HECHIZO PARA REGRESAR A LAS EMBRUJADAS A SU ÉPOCA
Un tiempo para cada cosa
Y cada cosa en su espacio
Que vuelva lo que se ha movido
En el tiempo y el espacio.

HECHIZO PARA MATAR A NICHOLAS
Lavanda, mimosa, Santa Catalina
Limpiad este mal de nuestra vida
Que sus células se esparzan por el tiempo
Y que Nicholas jamás resista.

HECHIZO PARA MULTIPLICAR LA FUERZA
Toma mis poderes
Ser bendito
Multiplica su fuerza por tres.

HECHIZO PARA ACABAR CON EL ESPÍRITU DE JACKSON WARD
Cenizas a las cenizas
Espíritu al espíritu
Toma su alma
Acaba con el mal.

HECHIZO PARA INTERCAMBIAR LOS PODERES
Lo que es mío es tuyo, lo que es tuyo es mío
Que nuestros poderes crucen el río
Te ofrezco compartir tu don
Intercambiemos nuestros poderes al son.

HECHIZO PARA ACELERAR EL TIEMPO
Alas del tiempo empujad
Aletead, acelerad mi camino
Apresurad mi viaje hacia delante,
Que mañana sea hoy.

HECHIZO PARA AUMENTAR LA INTELIGENCIA
Enviad todas las palabras a través de las tierras
Permitidme absorberlas solo con tocarlas
Durante 24 h de 7 a 7
Entenderé el significado de todas las palabras de aquí al cielo

HECHIZO PARA IR AL FUTURO
Escucha estas palabras
Escúchalas rimar
A ti te enviamos ésta ardiente señal
A nuestras yos futuras vamos a encontrar
En otro tiempo y lugar

HECHIZO PARA ATRAER AL SÚCUBO
Por las fuerzas del Cielo y el Infierno
Tráenos a esta mujer feroz
Haz que por su propio deseo
Perezca ardiendo como una polilla

HECHIZO PARA OÍR LOS PENSAMIENTOS
Que las llamas iluminen las tinieblas y la verdad erradique el miedo
Que los ocultos pensamientos penetren en mi oído
Que el humo de ésta vela se extienda por todas partes
Enviando los pensamientos más secretos a mi ser.

HECHIZO PARA DESPERTAR
Se necesita un muñeco y sangre de la persona que se quiere despertar.
Sangre alterada que enfermedad produces
Aleja la causa de este sueño profundo
Altera el sueño profundo, y traslada la fuente de esta enfermedad
A este muñeco, porque él no sufrirá

INVERSIÓN DEL HECHIZO
Lo que fue despertado de su sueño,
Debe caer en un sopor profundo

HECHIZO PARA CONVERTIR ANIMALES EN HOMBRES
Cuando den las 12:00, cuenta 24
Y eso es lo que durará este encanto,
Si a mi corazón quieres consolar,
Conviértelo en lo que deseo
Y el mejor regalo me harás


HECHIZO PARA CONVERTIR HOMBRES EN ANIMALES
Algo malvado entre nosotros,
Ha hecho que la morada de estos espíritus sea humana,
Conviértela en animal y el hechizo se romperá

INVERSIÓN DEL HECHIZO
Deshaz la magia que aquí cayó
Invierte el hechizo y todo se arregló

HECHIZO PARA VER UNA VIDA PASADA
Rompe las cadenas del tiempo y el espacio
Y haz elevarse a mi espíritu
Deja que pueda abrazar
La vida que antes aparece

HECHIZO PARA MALDECIR A P. RUSSELL
Con esta bruja delante
Enfréntate a ella,
Desvanecerla puedes,
En esta vida y todas las del futuro

HECHIZO PARA CAMBIAR UN ALMA DEL PRESENTE AL PASADO
En este tiempo y este lugar
Toma el espíritu que te he de mostrar
Tráelo aquí y llévame allí
Para así ocupar su lugar

HECHIZO PARA AYUDAR A PIPER A DECIDIRSE
Convoco a todos los poderes del Más Allá
Enviad una señal que aclare a mi hermana el corazón
Y la conduzca a su verdadero amor

HECHIZO PARA DAR BUENA SUERTE A MAGGIE MURPHY
Desde este momento tu pena se borra,
Tu mala suerte también.
Disfruta de tu buena suerte Maggie
Eres libre de este infierno

INVOCACIÓN PARA LLAMAR A CRYTO
Llamamos al demonio Cryto
Busca a través de los tiempos,
Sometidos a su poder
Lo invitamos a nuestro círculo

HECHIZO PARA INVOCAR LOS PODERES DE UNA BRUJA
Levantad los poderes de las brujas
Viajad invisibles por las brumas
Venid a nosotros que os invocamos
Venid a nosotros que os aceptamos

HECHIZO PARA DESTRUIR A CRYTO
Aquello que se hizo y luego deshizo
Retorna a este espíritu infiel
Y sepáralo de su piel

HECHIZO PARA DESTRUIR LA DEMONIO DE LA ILUSIÓN
Al mal que lo pide a gritos
Que se le fundan los circuitos.
Elementales, oíd mi conjuro
Y que este ser se convierta en aire puro

HECHIZO PARA DESTRUIR A LIBRIS
Demonio esconde tu malvada cara.
Libris, muere y no dejes rastro

HECHIZO PARA DESTRUIR AL DEMONIO DE LA ANARQUÍA
Espada de la discordia
Tu labor debe terminar
Yo te desvanezco con estas palabras de paz

HECHIZO PARA DESTRUIR AL BRUJO DRAGÓN
El Poder de Tres nos liberará
El Poder de Tres nos liberará
El Poder de Tres nos liberará

HECHIZO PARA VER LO INVISIBLE
En esta hora intermedia
En esta casa oscura
Invocamos al Sagrado Poder
Las tres juntas, estando solas, ordenamos
A lo invisible que se nos muestre.
Con inocencia buscamos los cielos,
Encantados están nuestros nuevos ojos

HECHIZO PARA LIBRAR A VINCES DE SU DON
Libera al Empático
Libéralo de su Don
Que su dolor se suelte por fin

POCIÓN PARA DESTRUIR A BALTHAZOR
Espíritus del aire, bosque y el mar
Libradnos de éste demonio suelto
Bestias de pezuña y bestias de caparazón
Devolved al diablo al infierno

HECHIZO PARA INVOCAR A BALTHAZOR
Mágicas fuerzas blancas y negras
Atravesando el espacio y la luz
Esté lejos o esté cerca
Tráigannos al demonio Balthazor aquí
HECHIZO PARA DESTRUIR A KIERKAN
Que la carne sea carne
Y los huesos, huesos sean
El alquimista no nos transformará
Cruel científico de cuna malvada
Enfréntate al desdén de las llamas

HECHIZO PARA DESTRUIR A TERRA
Alma anfitriona, expulsa la esencia venenosa
Que la luz del amor
Acabe con esta cruel posesión

HECHIZO PARA DESTRUIR A EAMES
Hora de reparar los daños y de vengar al agraviado.
Poder de clonación,
Vuélvete devastador.
Poder de cambiar,
Vuélvete mortal.
Tu refracción ,
Desvío yo.

HECHIZO PARA ENCONTRAR LO PERDIDO
Guías Espíritus os pido caridad,
Prestadme vuestra iluminación y claridad,
Llevadme a aquel que no puedo encontrar,
Que lo encuentre y quede siempre en paz

HECHIZO PARA ENCONTRAR A TOM
Enséñame el camino que no puedo encontrar,
Para salvar a Tom y darle a Prue la paz mental

INVERSIÓN DEL HECHIZO PARA ENCONTRAR COSAS
Devuelvo lo que no quise encontrar,
Que desaparezca de mi vida y de mi mente.

HECHIZO PARA DESTRUIR A LA SACERDOTISA DANTALIAN
Poderes de la luz,
Magia del bien,
Arrojad ésta plaga a la eterna noche.

HECHIZO PARA INVOCAR AL ÁNGEL DE LA MUERTE
Espíritus del aire, arena y mar,
Converged para poner al Ángel libertad.
Al viento envío esta rima,
Trae a la muerte ante mi
Antes de mi tiempo




HECHIZO PARA DESTRUIR A LOS BUSCADORES
El conocimiento logrado por medios asesinos,
Es enemigo amargo de la Sabiduría.
Que la mente que arde con fuego robado
Se convierta en tu pira funeraria

HECHIZO PARA COMUNICARSE CON LOS MUERTOS
Amado espíritu desconocido
Buscamos tu guía,
Te pedimos que te comuniques
Y te muevas entre nosotras

HECHIZO PARA DESTRUIR AL FAMILIAR-BRUJO
Nueve veces el Mal engañó a la muerte
No sintió dolor y mantuvo el aliento,
Que éste brujo que tenemos delante
Sienta lo que no sintió

HECHIZO PARA RASTREAR A UNA BANSHEE
El grito desgarrador
Que se nutre del dolor,
Y que deja más pesar del que consigue,
Sea oído ahora por alguien que busca impedir
Los estragos que hace.

HECHIZO PARA DESTRUIR A SHAX
Viento del Mal que sopla,
Que aquí abajo toma forma.
No podrás morar en éste mundo,
La muerte te lleva con éste conjuro.

HECHIZO PARA RESUCITAR A PRUE
Esta noche
Y a ésta hora
Invoco al Poder Antiguo,
Resucita a mi hermana,
Resucita el Poder de las Tres

HECHIZO PARA INVOCAR A UNA BRUJA PERDIDA
Poder de las Brujas aparece,
Los cielos sin ser visto surca,
Ven a nosotras, que te llamamos cerca,
Ven a nosotras y establécete aquí.
La sangre a la sangre,
Te invoco a ti,
La sangre a la sangre,
Regresa a mí.



HECHIZO PARA INVOCAR A LA ABUELA
Escucha estas palabras
Escucha mi llanto, espíritu del otro lado.
Ven a mí, te invoco a ti,
Cruza la Gran Línea Divisoria.

HECHIZO PARA DESHACERSE DEL INSPECTOR CORTÉS
Llévatelo, llévatelo de aquí,
Trasládalo ahora
No dejes que se quede aquí.
Invocamos a los Espíritus
Para la situación reparar
Y que lo manden a Madagascar.

HECHIZO PARA ENCANTAR
Fuerzas mágicas que estáis por todas partes,
Encanta éstas gafas, para que aquellos no se puedan ocultar.
Permite que ésta bruja las use allí dentro,
Para poder ver el mal que llevan dentro.

HECHIZO PARA INVOCAR A MAMÁ
Escucha estas palabras
Escucha mi llanto, espíritu del otro lado.
Ven a mí, te invoco a ti,
Cruza la Gran Línea Divisoria.

HECHIZO DESVANECEDOR
Deja que el objeto de objección,
Se convierta en un sueño,
Porque lo visible,
Será invisible.

HECHIZO PARA CAMBIAR PENSAMIENTOS
Palabras,
Por las mentes de personas
Testarudas e irracionales,
Con ideas rígidas y groseras,
A un compromiso,
Llegarán.

HECHIZO PARA ENCONTRAR A PIPER
Poder en alza de las Hermanas
Cruza invisible por los cielos,
Ven a nosotros que te llamamos
Ven con nosotros, y quédate aquí.
Sangre a la sangre
Te invocamos a ti,
Sangre a la sangre
Regresa a mí.

HECHIZO PARA INVERTIR LA MAGIA HECHA POR PAIGE
Queridos espíritus
Oíd nuestra plegaria,
Anulad ésta magia,
Dejad que sea.

HECHIZO PARA DERROTAR A GAMMILL
Mente pequeña
Y grandes maldades,
El dolor que causaste
Ahora lo sentirás.

HECHIZO PARA ATRAER A UN AMOR
Trae hasta aquí a mi príncipe
Y que ante mí se arrodille.
Yo lo invoco a mi lado,
Hasta que él, conmigo,
Se haya desposado.

HECHIZO PARA ABRIR UN PORTAL A LA EDAD MEDIA
Trae al príncipe hasta mí,
El reino ahora yo quiero ver,
Y cruzar la historia desde éste lado,
Pues yo misma no me he de esconder.

HECHIZO PARA DESTRUIR AL DEMONIO ELÉCTRICO
Las tres brujas decimos:
Desaparece,
Un choque final, y después morirás.

HECHIZO PARA DESTRUIR AL DEMONIO CAMALEÓN
Al mal oculto a la simple vista,
Uso éste hechizo con toda mi fuerza
Para evitar que cambies de forma y aspecto.
Ésta derrota tu destino sella.

HECHIZO PARA ENTRAR EN LA MENTE DE OTRA PERSONA
Vida con vida
Y mente con mente
Nuestros espíritus ahora se entrelazarán.
Fundiremos nuestras Almas, y viajaremos
Hacia aquella cuyos pensamientos deseamos saber.

HECHIZO PARA RENUNCIAR A LOS PODERES
De donde vinieron,
Que vuelvan ahora.
Anula las palabras
Anula los poderes.


HECHIZO PARA HACER VISIBLE A MELODY
Ser de creatividad
Muéstrate ante mí,
La luz que brilla en tu rostro
deja que nuestra visión la alcance.

HECHIZO PARA DESTRUIR A LOS BRUJOS
El mal es un enemigo fiel
Pero el bien batalla mejor.
Las brujas, con éstas palabras,
Detendremos el gusto de los brujos por el mal.

HECHIZO PARA ENCONTRAR A UNA MUSA
Ser de creatividad
Hacemos una llamada hacia ti.
Tu luz, ahora oscurecida en un anillo,
Sentirá el Poder de Tres que te brindamos

HECHIZO PARA VOLVER INVISIBLE A MELODY
Ser de creatividad
Escóndete ahora de mí,
Tu luz, que brilla en nuestros rostros,
De nuestra visión se borrará.

HECHIZO PARA DEMOSTRAR A GLENN LA EXISTENCIA DE LA MAGIA
Que la mente y el cuerpo remonten,
Hasta alturas nunca alcanzadas.
Que los límites se agranden y agranden
Hasta que una nueva verdad sea encontrada.

HECHIZO PARA INVOCAR A ÁNGELA (NO FUNCIONÓ)
Querido espíritu de Ángela
Tu ayuda busco.
Comunícate conmigo,
Y ven entre nosotros.

HECHIZO PARA INVOCAR A ÁNGELA
Escucha éstas palabras,
Escucha nuestro llanto,
espíritu del otro lado,
Ven a nosotras, te invocamos.
Atraviesa la Gran División.
Querido espíritu de Ángela
Tu ayuda busco.
Comunícate conmigo,
Y ven entre nosotros.

HECHIZO PARA DESTRUIR A LUDLOW
El frágil viento
Da paso a las flores de primavera.
Ludlow está derrotado.

HECHIZO PARA RECUPERAR LOS PODERES
Poder de las Brujas aparece,
Los cielos sin ser visto surca,
Ven a nosotras, que te llamamos cerca,
Ven a nosotras y establécete aquí.

HECHIZO PARA DEVOLVER AL VACÍO A SU RECIPIENTE
Aboleo Extium Cavium Du Eternias

HECHIZO PARA BORRAR LAS HERIDAS DE LA CARA DE CAROLINE
Deja que el objeto de objeción,
Se convierta en un sueño,
Porque lo visible,
Será invisible

HECHIZO HECHO POR PHOEBE PARA ESCUCHAR SU CORAZÓN
Mi amor es fuerte
Y mi espíritu débil.
Busco una respuesta, si la tiene.
Una Pregunta arde en este fuego:
¿Podré oír, de mi corazón, el deseo?

HECHIZO PARA DESTRUIR A KURZON
El Infierno te expulsó de su seno,
Pero en la Tierra ya no te queremos,
Y ya que en el Cielo no puedes vivir.
Tu carne y tu sangre, se borrarán.

HECHIZO PARA QUITARLE LOS GRANOS A PHOEBE
Permite que el objeto de objeción,
Se convierta en un sueño,
Mientras que yo hago que lo visible
Se convierta en invisible

HECHIZO PARA DESTRUIR A NATHAN Y RICK
Cenizas a las cenizas
Espíritu al espíritu
Toma sus Almas
Acaba con el mal.

HECHIZO PARA DESTRUIR A LA ARPÍA
Garras de dolor tenemos que cortar.,
Demonio, desaparece para siempre.


HECHIZO PARA DESTRUIR A LA FUENTE
Prudence, Penélope, Patricia, Melinda,
Astrid, Helena, Laura y Grace.
Brujas Halliwell, unid vuestra magia con nosotras.
Destruid éste mal del tiempo y del espacio.

HECHIZO DESVANECEDOR
Que el objeto de objeción
Se vuelva un sueño,
Mientras que hago que lo visto,
sea no visto.

HECHIZO DE LA VIDENTE, PARA ROBAR EL BEBE DE PHOEBE
Dame fuerza y dame poder
Para robar a un niño,
En la oscuridad de la noche.
Fuerzas Oscuras, dejadlo ser.
Oíd mi plegaria, pasad la vida a mí.

HECHIZO PARA LLAMAR A UNA BRUJA
Poderes de las Brujas, alzaos.
Con rumbo invisible volad sin ser vistos.
Ven a nosotras, que te llamamos cerca,
Ven a nosotras y establécete aquí.

HECHIZO PARA DESTRUIR A LA VIDENTE
El Poder de Tres nos hará libres.
El Poder de Tres nos hará libres.
El Poder de Tres nos hará libres.

HECHIZO PARA ENCONTRAR UN AMOR PERDIDO
Donde estés, mi Amor.
Donde quiera que estés.
A través del tiempo y el espacio,
Lleva mi corazón cerca de ti.

INVERSIÓN DEL HECHIZO
Que vuelva tu Amor,
Esté donde esté.
A través del tiempo y del espacio,
Devuélvenosla

La Señora de Negro

En Naranjillos había una muchacha muy guapa que acababa de quedar huérfana. Un día, una amiga suya llegó a contarle que habían visto a su madre en el camino del Barrial, cerca del pueblo. La muchacha no creyó lo que su amiga le dijo, “está bien muerta y enterrada” –le contestó-. Sin embargo, su amiga no había sido la única en ver aquella aparición, muchas señoras del pueblo se encontraron en el camino del Barrial a la señora vestida de negro; sucia, enlodada y con el pelo enmarañado. Le preguntaban quién era o a quién buscaba, pero la mujer de negro no contestaba, todos creían que era muda.

Seguían viendo a la mujer deambulando de arriba para abajo en el camino del Barrial y la gente empezó a comprender que era un alma en pena. La amiga de la muchacha fue a hablar con ella:

“Es tu mamá, estoy segura” –dijo la amiga-.
“Pero si está muerta” –aseguraba la muchacha-.
“Es ella, seguro anda penando... ¿has cuidado bien a tus hermanos?” –inquirió con algo de timidez-. A la muchacha no le agradó la pregunta, y poniéndose nerviosa se fue. Al día siguiente una señora del pueblo se encontró con la muchacha que traía cara de desvelada y, en general, un aspecto deplorable.

“¡A ver si vas dejando a ese hombre casado!” –espetó de pronto la señora. “Ve a cuidar a tus hermanos y deja descansar el alma de tu madre que anda en pena”. La muchacha se estremeció, ya que efectivamente era la amante de un señor casado y se pasaba con él toda la noche, de modo que en las mañanas no se encontraba en condiciones de atender a sus hermanos ni de salir a trabajar.

Acongojada, decidió ir al camino del Barrial a comprobar si era cierto lo que le decían. Al llegar, encontró a la mujer de negro, se acercó y la reconoció; era su madre. La mujer se puso a llorar; no le dijo nada, pero la muchacha sentía que su madre lo sabía todo, siempre había sido así, adivinaba sus emociones y sus pensamientos. La mujer de negro calmó su llanto y se perdió en el fondo del camino. La muchacha sintió el vacío que dejó su madre y advirtió la súplica que su llanto llevaba.

Con la intención de librarse de la culpa, fue a buscar a su amante y le dijo que no volvería a verlo más, luego fue a su casa y prometió a sus hermanos que nunca los dejaría solos.

Ese fue el último día que la mujer de negro se apareció en el Barrial, camino de Naranjillos
.

El Renacer del Gótico en el Siglo XX

A Principio de los 80’s se vio el nacer de un renovado movimiento Gótico, este se reactivo del lánguido movimiento Punk de fines de los 70’s cuando había una creciente necesidad por un movimiento que representara la no-conformidad, lo cual es una característica distintiva de la cultura alternativa. Se cree que nació el Gótico como reacción contra el Punk, al mismo tiempo un grupo de personas parecía compartir ciertas necesidades y gustos tanto en su forma de vestir como musicales. Según el Libro The Vampire Book; the Encyclopedia of the Undead: “La Música Gótica, como todas las formas culturales, articuló una posición anticonformista explícita cambiando paso a paso y estableciendo dominio. Esta se opuso a las relaciones sexuales tradicionales y a las religiones tradicionales establecidas. La Música celebró la oscuridad, el lado oscuro de la vida y del ser mismo, junto con ello se desarrollo una fascinación distinta con la muerte. Con característico sonido lento, una tendencia cada vez más frecuente a describir la melancolía, lo oscuro, incluso lo mórbido. Aquéllos esclavizados por la nueva cultura Gótica encuentran la figura del Vampiro la más apropiada para el movimiento."
Según J. Gunn “Líricamente, los temas de la muerte, destrucción y exploraciones de oscuridad son comunes entre los artistas que componen el Gótico, así como los temas románticos de amor y pérdida encontraron en las novelas Góticas el movimiento literario. La música, a pesar de la suma de sonidos electrónicos y ritmos bailables es como el género ha evolucionado hasta el presente, continúa dando énfasis a coros menores muy esparcidos, ritmos minimalistas, y la característica de los tiempos más lenta de una textura lúgubre muy reconocible. Visualmente, los artistas góticos y fans parecen promotores de la muerte muerte como estética, en los cantantes se observa el timbre oscuro: las caras blancas pálidas, la ropa negra, peinados en ocasiones muy escarmenados (reminiscencias Punkys) moda victoriana como el corsets y camisas con encajes, ruinas medievales y arquitectura gótica y así sucesivamente."
Es difícil dar una fecha exacta de nacimiento del Gótico. Al final de 70 muchos nuevos grupos surgieron con un sonido algo oscuro y/o imagen. Para nombrar algunos: The Cure, Siouxsie and the Banshees, The Damned, Adam & the Ants, Ultravox, Killing Joke, The Sound, the Comsat Angels y Joy Division. La New Wave o Dark Pop tenían mucha influencia en las personas que se llamarían posteriormente Góticas. Quizás el primer himno del gótico fue `Bela Lugosi's dead' por Bauhaus. La historia original del Gótico vió su nacimiento en el Club Londinense Batcave, pero cuando este club abrió en 1981, el gótico ya estaba bien encaminado. Pero las Bandas que se presentaron allí, como The Virgin Prunes y Alien Sex Fiend con su imagen de horror, ayudaron a extender el movimiento.
Otro que escribió mucho sobre la historia de los inicios (británico) del movimiento gótico fue el periodista Mick Mercer (escritor de 'The Goth Bible'). Él intenta explicar la atracción del gótico (en una serie de artículos para la Revista Alemana Zillo 1995): Está claro por qué se atraen las personas inteligentes al gótico: no es sólo por la música, sino película, literatura, arte, poesía, moda, actuar que es una parte también)
Uno de los primeras bandas populares Góticas en Inglaterra fue UK Decay, ahora no tan conocido. En el mismo Zillo-artículo: UK Decay de UK se etiquetó como gótica, su obra mostró la imaginería de muerte y vampiros que se volvieron estereotipos y esta fue originada de las revistas de horror).
A mediado de los 80’s el gótico tomo vuelo y éxito de la mano de bandas como The Sisters of Mercy, The Mission y Fields of the Nephilim. Su estilo e imágenes se volvieron el standard del gótico durante años (y quizá todavía está en Gran Bretaña). Alice, Laura, Temple of Love, Tower of Strenght, For Her Light y Garden of Delight se han vuelto los clásicos absolutos.
Otros grupos que de una u otra forma se etiquetaron como Góticos fueron And also the Trees, Xmal Deutschland y Love like Blood. El problema fue la marcada tendencia a copiar el estilo de sus ídolos dejando de lado o teniendo serias dificultades de desarrollar un estilo y sonido propio. En Inglaterra este tipo de Gótico es todavía muy popular. Muchos Góticos contemporáneos se agruparon (Midnight Configuration, Inkubus Sukkubus, Rosetta Stone) en una compilación realizada por Mick Mercer esta es titulada 'The Hex Files'.
Pero había bandas con cierta popularidad durante la escena de los 80’s que otras líneas musicales. El mejor ejemplo fue Dead can Dance cuyo debut de mismo nombre es el típico álbum gótico, pero los trabajos posteriores tienen un sonido más etéreo, con influencias que van del medieval al oriental. Ellos se han enfocado en un público más amplio en los años siguientes. Cocteau Twins, también del sello ingles 4AD etiqueta era aun más etéreo. Y la formación holandesa (Clan of) Xymox que recientemente a hecho un regreso exitoso (que los trajo de vuelta a Chile), los góticos en las fiestas aun bailan Stranger y A Day, con un sonido electrónico, melancólico, la cual es su marca que los identifica del resto.

sehnsucht_se


Para la edición especial

Lacrimosa 6 de la regular de 10 pistas en el álbum

de versiones alternativas de re-grabado!

Die Special Edition erscheint im Digipak ebenfalls am 08.05.2009!

La edición especial digipak también aparece en el 08-05-2009!

SEHNSUCHT


El primer álbum de estudio desde los 4 años y la prensa es unánime: el mejor álbum en la historia de la banda! 10 neue LACRIMOSA-Kompositionen und ein 28seitiges Booklet im Jewel Case ab 08.05.2009 überall erhältlich! Lacrimosa 10 nuevas composiciones y un folleto 28seitiges caja de 08/05/2009 disponible en cualquier lugar!

FEUR


La edición limitada de solo "fuego",

incluida la versión especial de

"Yo perdí mi estrella en Krasnodar"

y disponible en cualquier álbum de estudio

"La Última del Milenio" del 22/04/2009 .

LACRIMOSA RREGRESA HA MEXICO


DESPUES DE UN LARGO TIEMPO DE NO ,

A PARESER EN MEXICO LACRIMOSA VUELVE ,

Y NOS EN SEÑA SU MUSICA DE NUEVO ,

ESTA BEZ SERA DE NUEVO EN CIRCO VOLADOR,

SERA EL JULIO 20 DE 2009 .................


NEW:LETRA DE RRAKALT(SIN UN AIRE MAS)


Hoy me encuetro aqui ,dibagando entre si,

has cayado por mucho tiempo el sonido de mi boca,

he escuchado,el sonido de este aire,

solo pienso en mi muerte,

solo pienso y cayo en silencio,


las cenisas que hoy has encontrado son mias,

tremendo dolor -tremenda agonia .

sigue mis pasos asta el final,

la vida con tinua mientras mi la mia termina,


ya no hay un principio ni un final ,

mira el rostro q por mucho timpo añoro tu yegada,

y hoy di me q pasa....

La plaza de las ortigas muertas


Desde que Anne falleció paso mucho tiempo en esta plaza. Me gusta ponerme al sol tanto en invierno como en verano. No me molesta este sol del sur; he nacido bajo el mucho más enérgico de Haití. Tal vez por eso allá no abunden las ortigas muertas.
Al principio me parecía una plaza como cualquier otra: palomas ávidas, chicos liberados en hamacas y toboganes, gente que espera que el tiempo pase y perros que huelen cada rincón. Y claro que es una plaza más, pero luego de pasar tanto tiempo en ella, he llegado a conocer a sus habitantes, que los tiene, sus conflictos y hasta, sí, por qué no, su economía de bolsitas de maíz y bebidas frías.
Es una plaza con muchos arbustos y árboles (incluyendo bellos jacarandaes, que florecen en lila, un par de palo borrachos y un ombú, con raíces que emergen de la tierra, donde los niños van a sentarse y a jugar). A algunos de esos árboles los he visto crecer, prácticamente día a día, y otros aparecieron de la noche a la mañana, como si hubieran perforado el suelo, sin más, en un impulso incontenible de vida (aunque lo más probable es que hayan sido trasplantados por empleados municipales).
Y por supuesto están las ortigas muertas, de flores blancas y purpúreas, de las cuales me siento hasta cierto punto responsable. Las ortigas muertas no están muertas, en realidad, sino que se las llama así con un sentido metafórico, porque, a diferencia de las ortigas comunes, no segregan ningún líquido urticante.
Como decía, conozco a todos sus personajes (yo mismo debo ser considerado uno por el resto: un negro no es alguien que pase desapercibido en un país de blancos). Uno de los más reconocidos es Estefanía, que no es una mujer, sino un hombre que hubiera deseado ser mujer. Estefanía es un travesti de más de cien kilos acomodados en una altura no mayor a un metro setenta. En general, cuando no está borracha, es una persona agradable, o al menos tratable.
En una de las últimas tardes del otoño (no hacía mucho frío, pero anochecía temprano), Estefanía estaba en uno de sus días malos. Ocupaba su banco de costumbre, cerca de unas matas y bajo un árbol desde el cual las palomas suelen descargarse (por lo que siempre evito sentarme allí), y permanecía con la cabeza gacha y los ojos cerrados. De pronto despertó y se incorporó como si hubiese escuchado un campanazo. Me descubrió, se acercó y el vaho alcohólico me explotó en la nariz.
—Ese hijo de puta va a terminar mal —me dijo, señalando con una mano temblorosa.
A quien señalaba era a Lucas. Le decían el Pato y era el carilindo de la plaza. En ese momento estaba solo en un asiento tomando sol con los ojos cerrados, con una remera blanca tal vez demasiado liviana, bermudas rojas de tela de jean y zapatillas negras, sin medias. Estefanía se sentó a mi lado (para mi pesar) y le pregunté por qué Lucas iba a terminar mal.
—¿No sabe lo que le hizo a Feliciano, doctor? —desde que se enteró de que yo era doctor no me tuteaba.
—La verdad que no.
—Hoy es un viejo chupado que vende maíz, pero Feliciano era milico. Durante el proceso parece que torturó gente —se interrumpió para eructar—. No sé cómo el Pato se enteró de esto y lo deschavó con un amigo comunista. Este tipo le contó a sus compinches y un día vinieron a escracharlo. Lo putearon y hasta le tiraron un par de sopapos. Desde entonces el viejo lo odia.
Me quedé callado. Y asombrado. Sí que Feliciano era un viejo chupado, pero además parecía indefenso. Estefanía observaba a Lucas, con su pelo rubio sujeto con una bandita de goma, que parecía estar cantando una canción para sí mismo. Me pregunté si sería verdad lo que me acababa de contar. La relación de Estefanía con respecto a Lucas era de amor-odio. Me explico: hacía mucho tiempo que me había dado cuenta de que Estefanía estaba prendada de Lucas. Lo mantuvo en secreto hasta la semana anterior, cuando en medio de una borrachera colosal se lo había hecho saber. Lucas reaccionó como un loco(yo los observaba desde mi banco de siempre) y la echó literalmente a patadas. La insultó y se burló de ella. El problema con Lucas era que se burlaba de todo el mundo. Resultaba evidente que a Estefanía todavía le duraba la bronca, y por eso el reciente pronóstico sombrío para él, pero no me parecía que la anécdota con Feliciano fuera inventada. Estefanía tenía muchos defectos, pero no era de imaginar cosas. Además, en este caso, para qué.
De pronto Estefanía se levantó y volvió a su banco, donde había dejado su eterno bolso. Al irse, noté que su pantalón verde estaba mugriento.
Sí, la plaza tenía su cuota de tragedias humanas y yo había tomado la costumbre de analizarlas. Soy médico, y desde que vine de Haití con mi esposa (cuando Duvalier dejó a su hijo al mando de la dictadura, supe que era momento de partir, y elegí la Argentina), trabajé en la sala de emergencias del Hospital Fernández hasta jubilarme. Pero también siempre me gustó la psicología, así que una vez que me encontré con mucho tiempo de ocio me dediqué a leer libros sobre el tema (sobre todo desde la muerte de Anne). Mis lecturas eran más bien azarosas. Hoy psicoanálisis y mañana psicología forense, y me divertía aplicando mis nuevas pericias a los personajes de la plaza. Ojalá no lo hubiera hecho.
El grupo de retrasados mentales llegó poco después. Los sacaban a pasear de un instituto que quedaba a unas pocas cuadras. Había de todo: desde chicos que apenas podían caminar y casi ni hablaban, hasta otros con síndrome de Down, pero llenos de vida. Como Micaela, una chica de unos quince o dieciséis años, alegre y desenvuelta.
—Bon soir, bon soir, Gaston —me dijo en voz tan alta que un curioso perro blanco que pasaba giró la cabeza para mirarla.
Le había enseñado a saludar en francés y le respondí de la misma manera. Se sentó a mi lado. Tenía el pelo renegrido, acomodado detrás de sus pequeñas orejas, y las mejillas sonrosadas. Me sonrió y sacó un papel doblado de una bolsa de plástico.
—Me escribió —dijo mientras me lo entregaba con su ancha manito.
Desdoblé el papel y leí “Te amo” con letras recortadas de revistas, como si fuera un anónimo, pero la nota estaba firmada con un “Lucas” escrito del mismo modo. No supe qué decirle; estaba seguro de que Lucas no había hecho eso. No, ni en mil años. Pero decidí no contradecirla. Le devolví el papel y ella lo dobló y lo guardó con mucho cuidado en la bolsa blanca. Luego, como Estefanía lo había hecho hacía sólo unos momentos, fijó su mirada en el joven, pero con la diferencia de que en la de Micaela no había lugar para nada más que un arrobamiento infantil.
—Yo también lo amo, ¿sabés?, lo amo, lo amo.
Lucas era evidentemente el rompecorazones de la plaza. Me sentí triste al pensar que ni Estefanía ni Micaela lo tendrían jamás. Mis pensamientos se interrumpieron por los gritos del muchacho que limpiaba la plaza. Perseguía a una nena que evidentemente le había hurtado el palo con una pica en la punta, con el que levantaba hojas y papeles. Cuando corría, las bolsas negras de residuos que llevaba en la cintura volaban como faldones de luto. Y la nena era (quién otra podría ser) Angelina, un peligroso sujeto de nueve o diez años. Tanto se la podía hallar trepada sobre el arco que sostenía las hamacas, o escondida en la copa de un árbol o, como ese día, volviendo loco a algún descuidado. Reía a carcajadas, y cuando se dio cuenta de que el muchacho la estaba alcanzando, soltó el pincho. El barrendero lo recogió y amenazó, brazos en alto, medio en broma, medio en serio, al pequeño terremoto vestido de amarillo. Micaela y yo nos miramos, riéndonos. Ella se tapaba la boca con las manos.
Habrán pasado por lo menos diez días. Recuerdo que yo terminé el libro que estaba leyendo (La máscara de la cordura, de Hervey Cleckley), y que un domingo la murga que practicaba en la plaza hizo una presentación medio de entrecasa. También por esos días limpiaron la fuente y la pusieron en funcionamiento.
Era una tarde fresca y el cielo estaba como cubierto de cenizas. Yo estaba sentado con Micaela (siempre que me encontraba, me hacía compañía), a quien no había vuelto a ver hasta ese día. Tal vez la elección del lugar para sentarse había estado influida por el hecho de que Lucas reposaba en el banco contiguo. En realidad no estábamos conversando, sino que cada uno pensaba en el ser que jamás tendría: ella en Lucas y yo en Anne.
Entonces llegó Gilda, la novia de Lucas, de piel muy tostada y pelo teñido de rojo. Solía venir con una o dos botellas de cerveza para él, aunque ese día no traía nada. Sí recuerdo que noté que llevaba un tatuaje bajo el ombligo que nunca le había visto. Le dio un beso a Lucas en la mejilla, sin la efusividad habitual, y se sentó a su lado.
Por un largo minuto nadie dijo nada. Demás está decir que Micaela no se perdía movimiento, y debo confesar que yo tampoco.
—Qué te pasa —dijo Lucas, por fin.
—Nada —la voz de Gilda sonaba ronca.
—Y por qué estás con esa cara de culo.
Gilda giró su rostro hacia el de él.
—Tengo algo que decirte. A lo mejor te gusta, a lo mejor, no.
—Qué.
—Me hice el Evatest.
—Te felicito.
—Me dio positivo.
Lucas no contestó de inmediato. El ruido de la calle y de la gente de la plaza me parecía ensordecedor.
—Ni me gusta ni me deja de gustar —dijo Lucas sonriendo.
—Pero entendés lo que te digo, vos. Te estoy diciendo que estoy embarazada.
—¿Y lo vas a tener?
La voz de ella se volvió algo lastimera.
—Me hablás como si no tuvieras nada que ver.
—¡Y qué sé yo si tengo algo que ver!
El tono de Gilda se hizo más agudo.
—¿Sos o te hacés? ¿Me estás cargando, que me decís eso?
—La que me estás cargando sos vos, chabona, que me querés encajar un crío.
—Es tu hijo, forro.
—No jodas…
—¿Y de quién va a ser, si no?
—¿Y yo qué sé? Te fuiste a Entre Ríos un mes; cómo querés que sepa.
—Fueron tres semanas y fui a ver a mi vieja.
—Tu vieja… sí.
A Gilda se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se notaba que luchaba por no quebrarse.
—No puedo creer que seas tan guacho para decirme esto.
—Yo, guacho. Vos te vas a la mierda y venís con bombo y querés que yo me haga cargo. Tomátela, pendeja.
—Es tu hijo, Lucas.
—Eso es lo que vos decís.
Micaela los miraba fijamente, con actitud ceñuda. Un joven de pelo largo y con una mochila de colores nos observó al pasar. Yo me fijé en la cara de Lucas. Cualquiera habría pensado que el ultrajado era él. La única expresión que dejaba traslucir, aparte de la indiferencia, era indignación.
—¡Sos un hijo de puta! —dijo Gilda de pronto. Se levantó y comenzó una bofetada que no llegó a destino. Lucas le tomó de la muñeca con una mano y con la otra la empujó. Gilda cayó sentada en el suelo, llorando de rabia.
—¡Probame que es mío y está todo bien! Si no, andate a cagar —dijo Lucas.
—Me las vas a pagar, pedazo de mierda, ya vas a ver, me las vas a pagar —dijo Gilda mientras se ponía de pie. Lo miró por un segundo y después se fue corriendo. Se resbaló en el pasto y su rodilla derecha se clavó en la tierra. Se repuso y cruzó la calle y en unos segundos ya no se la vio.
Había sido toda una escena. Los peatones circunstanciales se habían quedado a curiosear. Parecía como si hasta las palomas se hubieran quedado duras. Lucas miró desafiante a una pareja de adolescentes y éstos se retiraron a paso acelerado. Todos desviamos la vista de Lucas.
Yo miré a Micaela. Ahora su expresión era de felicidad.
Poco a poco la plaza volvió a su actividad normal; los chicos a sus juegos y los adultos a sus asuntos.
Sin decirme una palabra, de repente Micaela se levantó y se dirigió hacia Lucas. Éste lo miró con antipatía, sin embargo ella se le acercó y le dijo algo al oído. Él se quedó indeciso por un instante, pero luego hizo lo mismo: le acercó la cabeza con una mano y le susurró algo que no escuché. Después ella se retiró y no le vi la cara, porque se alejó como para irse. Pero antes de cruzar, estando ya lejos, pareció acordarse de mí y se volvió, y me saludó con la mano. Sonreía, y me pareció que nunca la había visto tan feliz.
Dos días más tarde, Lucas estaba muerto.
De vez en cuando me despierto muy temprano y soy el primer cliente de la panadería. El trayecto se me acorta si cruzo la plaza en diagonal, pero esa mañana finalmente no compré pan, porque lo que vi me quitó el apetito. Rodeado de algunos curiosos y dos agentes de policía estaba el cadáver de Lucas. Se hallaba boca abajo, casi oculto por unos setos cercanos a una especie de semi-anfiteatro que hay en la plaza, donde cada tanto dan espectáculos infantiles. El pasto alrededor del cuerpo tenía un extraño color amarronado de sangre y en el aire había olor a una mezcla de orinas provenientes de distintos cuerpos. Divisé el instrumento que lo había matado. No lo noté antes porque la cabeza estaba oculta por los arbustos: Lucas tenía el pincho del barrendero clavado en la nuca. Como la cabeza estaba girada hacia un lado, pude ver que tenía la boca abierta, como si estuviera gritando. También los ojos estaban abiertos.
Como emergentólogo vi y enfrenté a la muerte más veces de las que hubiera deseado y no es que me haya vuelto insensible (sí que me dio un sacudón el ver al muchacho inerte para siempre), pero tomaba el rol de médico enseguida, y entonces veía las cosas con mayor objetividad. Eso ayuda.
Era todavía muy temprano, como dije, y en la plaza no se hallaba ningún personaje habitual, excepto yo. Me acerqué a una joven agente de policía de larga trenza.
—¿Ya saben quién es?
Tardó un par de segundos en contestarme; me estaba estudiando.
—¿Y usted sí?
Esa chica no era tonta.
—Bueno, es Lucas, no sé el apellido, pero siempre estaba en la plaza, como yo. Le decían el Pato.
Me acababa de convertir en el primer testigo, así que me tomó los datos y me indicó que no me fuera. Teníamos que esperar al investigador de homicidios. Peña llegó a la media hora. Era un muchacho joven. Me impresionaron sus ojos vastos, como los de un niño que quiere saberlo todo del mundo. Aunque ahí se terminaban las comparaciones con un chico. Cuando leyó mi profesión en el papel que había escrito la agente, cambió su actitud impersonal. Me invitó a tomar un café y a que le contara todo lo que sabía. Se lo dije. Le hablé de que Lucas no era alguien particularmente agradable como persona, aunque las mujeres estuvieran locas por él. Le conté de Estefanía y el desaire de que había sido objeto, de Feliciano y su pasado y del motivo que tenía para odiarlo y por último de la reciente escena con Gilda, su novia. Ah, también le dije que, si lo había pensado, se olvidara del que limpiaba la plaza, porque jamás lo había visto hablar con Lucas, y robarle el pincho era, literalmente, un juego de niños. Eso sin contar que, de haber sido él, no habría dejado el arma.
Peña era un hombre inteligente, porque sabía que la mejor manera de que alguien hable, es callarse. No tomó notas, sino que hizo funcionar un grabador de periodista y solamente intervenía cuando yo me estancaba. A medida que le contaba de los sospechosos (eso eran, ¿no?) evaluaba la información que le daba, pero no dejaba traslucir ninguna conclusión a la que podría estar arribando. Cuando terminé, detuvo el grabador, se levantó y me pasó la mano.
—Le agradezco mucho, doctor Lagrotte, ¿se pronuncia así, no? Voy a investigar. Seguramente nos vamos a volver a ver, pero cualquier cosa llámeme —me entregó su tarjeta, que leí y guardé en el bolsillo de la camisa—.
A la tarde fui a la plaza. Por supuesto que el cuerpo había sido retirado, y nadie ni siquiera custodiaba el lugar. Aparentemente Peña ya no lo consideraba necesario. Divisé a Micaela y me di cuenta de que estaba enterada. Cuando me vio, corrió hacia mí y me tomó del cuello. Rompió a llorar y sentí sus lágrimas sobre la piel. La separé cuidadosamente. La llevé hasta un banco, pero sobrevino un nuevo ataque de llanto.
—Yo lo quería, yo lo amaba —dijo entre hipos.
No sabía cómo consolarla. En el fondo pensaba que la muerte de Lucas no hacía mucha diferencia con respecto a ella. Si un amor imposible había existido, era ése. De todos modos le argüí lo usual: que el tiempo todo lo cura, que ya conocería a otro. Ese tipo de cosas. Se calmó algo y habló como para sí.
—La última vez… él me dijo que al final yo era mejor que las chicas como Gilda… me dijo eso a pesar de… a pesar de cómo soy.
Esta vez no le dije nada. Le pasé un pañuelo blanco para que se secara la cara. Era por eso que había estado tan feliz ese día, cuando me saludó desde lejos. Para Micaela, tal vez fuera mejor así, tener ese último agradable recuerdo de Lucas. Pero para Lucas evidentemente no fue mejor así. En vida pudo ser desagradable, hasta cruel, pero no se merecía esa muerte; ser atravesado como si fuera basura. Después de todo, había sido capaz de un gesto como el que le concedió a Micaela.
Atravesado como si fuera basura.
Esa frase quedó enganchada a mi mente como la hiedra a la pared. Me di cuenta de que para saber quién lo había matado debía encararse el problema desde ese ángulo: ¿por qué lo asesinaron como lo asesinaron? Micaela interrumpió mis pensamientos.
—Me voy —dijo tratando de sonreír—, gracias. Después te devuelvo el pañuelo.
—No te preocupes, chau querida, y tomátelo con calma, ¿eh?
Yo también me fui pronto a casa esa tarde. Quería pensar con tranquilidad.
Pasaron dos días, y en la mañana del tercero me llamó Peña. Arreglamos para encontrarnos en la misma confitería de la última vez, frente a la plaza. Llegó con el saco sobre el brazo y la corbata floja. Por alguna razón yo le había caído bien y no me trataba como a un testigo al que tenía que sonsacar datos, sino como a un ayudante en su tarea de llevar a la cárcel al culpable. Me contó que en las últimas cuarenta y ocho horas había corroborado lo que yo le conté. De hecho, tenía detenida a Estefanía, quien reconoció que su enamoramiento se transformó en odio después del desprecio de Lucas, pero aseguraba que jamás se le cruzó por la cabeza matarlo. Si bien de ninguna manera se lo podía descartar, a la larga habría que soltarlo.
—¿Habló con Gilda? —le pregunté.
—Sí.
Esperé más información. Peña sonrió y continuó.
—Está como ida. Pero me confirmó la conversación que usted me contó. Me dijo que quiere tener a su hijo.
—¿Cree que Gilda pueda matar a alguien?
—¿Y usted qué opina?
—Yo creo que sí.
—Yo también. Es más, tiene antecedentes por robo. Hasta estuvo unos meses presa.
—Interesante.
—Y el último, Feliciano. Lo que le contó Estefanía, y usted me repitió, es absolutamente verdad. Era suboficial en la Marina, ya tenía sus años en ese entonces. No siente la menor lástima por Lucas, al contrario, está contento.
—Me imagino. ¿Qué dice la autopsia?
—Doctor al fin —me guiñó un ojo—. En términos sencillos, tiene varias heridas en el pecho con el mismo pincho que tenía en la nuca. Parece que la primera herida fue en el corazón, y ya estaba muerto cuando le hicieron el resto, incluida la de la nuca, claro. Dicho sea de paso, el barrendero había notado la desaparición de su pincho, pero pensó que era una broma de los chicos.
—El asesino no actuó con frialdad.
—No. Lo odiaba, lo que parece que no era nada raro cuando se trataba de Lucas.
—También era capaz de algún gesto amable.
—¿Por qué lo dice?
Le conté lo de Micaela. Peña asintió con la cabeza.
—En el lugar del asesinato no hay ninguna pista —dijo—, ni una sola huella útil.
—¿Y cómo sucedió el crimen, exactamente?
—Lucas solía reunirse hasta tarde con sus amigos en la plaza a tomar cerveza. Parece que en algún momento se retiró sin decir nada, pero sus amigos no se preocuparon. Simplemente pensaron que se había ido a su casa. Pero lo que sucedió en realidad, creo yo, es que fue a orinar entre esos matorrales, ese lugar es como un baño público. El asesino o asesina lo esperaba entre las sombras. Como murió inmediatamente, apenas si habrá gritado.
Se quedó un momento en silencio y luego agregó:
—¿Usted qué piensa, doctor?
—Si se refiere a quién lo hizo, no lo sé. Pero lo que sí pienso es que tenemos que analizar con cuidado la psicología de cada uno de los sospechosos. A falta de pistas físicas, eso es todo lo que tenemos. A veces, es todo lo que se necesita. —Dudé en decírselo, pero al fin me decidí:— Desde que me jubilé, he estado estudiando un poco de psicología, por mi cuenta.
—¿Ah, sí?
—Le propongo esto, Peña. Déjeme pensarlo hasta mañana, a ver si llego a alguna conclusión. Si descubro quién es el asesino, usted se encarga de probarlo. ¿Qué le parece?
Me miró y desvió la vista. Sus labios casi inexistentes se apretaron bajo el bigote rubio. Me miró de nuevo y por fin se decidió.
—Trato hecho. Hablamos mañana.
Se fue con el saco al hombro.
Seguía sin ganas de ir a la plaza, así que pasé por una librería y compré un block de hojas rayadas y un par de biromes. Fui a casa, encendí el ventilador de techo (a pesar de que el invierno estaba cerca, estaba acalorado) y me senté a la mesa del comedor. Graficar lo que se me va ocurriendo me ayuda a ordenar los pensamientos. Bueno, me dije, ahora vamos a ver si todo lo que leíste sirve para algo. Los primeros veinte minutos no hice más que garabatos. Luego dibujé el contorno de un cuerpo, y sobre la nuca, un pincho.
Atravesado como si fuera basura.
Lo supiera o no el asesino, eso era lo que quería decir al mundo matando a Lucas.
El primer nombre que me vino a la mente fue el de Gilda. La veía como una posible asesina. Andaba siempre dando vueltas, por lo que seguro no tenía trabajo. Y había quedado embarazada, y el padre de la criatura, Lucas, no iba a ayudarla. ¿Por qué no tener al menos la satisfacción de la venganza? Le había dicho a Lucas que se vengaría, “me las vas a pagar”, le dijo. Además, parecía un crimen pasional; no sólo matarlo, sino humillarlo hasta en la muerte.
Luego estaba Estefanía. Aquí también valía el costado pasional. Estefanía era agresiva, alcohólica, con mínima educación. Vivía peleándose. Y había sido terriblemente humillada. ¿Todos los años de desprecio de la gente por su condición de homosexual habían hecho erupción con el último y mayor ultraje y Estefanía había decidido canalizar su dolor con un escarmiento definitivo a quien se lo había hecho? Tal vez, tal vez.
Y por último, Feliciano. Peña había confirmado su pasado. Era el que más se correspondía a una mentalidad asesina. Un hombre que despreciaba la vida humana, desempeñando una actividad que para él sería degradante, se veía frente a un inmejorable pretexto para recordar viejas actividades, para volver a ser alguien que decidía sobre la existencia del otro, alguien importante de nuevo.
Observé la hoja frente a mí. Alrededor del cuerpo había esbozado a los tres posibles homicidas, con flechas que llegaban a la figura de Lucas. ¿Cuál de esas flechas era la que cargaba la tenebrosa relación de la muerte? A falta de indicios físicos, le había dicho a Peña, sólo restaba confiar en la psicología. Seguí pensando. Los tres tenían motivos, los tres tenían la ¿osadía? ¿ánimo? ¿temeridad? de matar, según mi criterio. En cuanto a la oportunidad, cualquiera de ellos podría haber hurtado el pincho, esconderlo y luego ocultarse esperando la ocasión. Claro que el asesino no podía saber cuándo Lucas iría a evacuar sus líquidos, y solo, de modo que no hubiera testigos. Lo que llevaba a la conclusión de que aparte de la premeditación, quien lo había matado poseía una paciencia turbadora, capaz de hacerle estar dispuesto a esperar cuantas veces y cuanto fuera necesario para llevar a cabo su cometido: convertir a Lucas en basura.
Hasta ese momento había enumerado las razones que apuntaban a cada uno de mis sospechosos. Decidí enfocar el problema, entonces, desde el punto de vista opuesto. ¿Por qué cada uno de ellos no podría ser el culpable?
Comencé de nuevo con Gilda. Lo que no me convencía del todo era tanta premeditación. En general, los asesinatos llevados a cabo por mujeres, por las razones del tipo de las que tenía Gilda, son espontáneos. Aunque en psicología no hay reglas fijas: esta bien podría ser una excepción.
En cuanto a Estefanía, en teoría todo me cerraba. Pero si me lo hubieran preguntado, habría asegurado que era incapaz de matar. No era una afirmación muy científica, pero no siempre se puede clasificar aquello que se sabe. Si el crimen hubiera sido cometido en el ardor de una borrachera, me habría parecido más plausible, pero este no era el caso.
Quedaba Feliciano, y para él no pude hallar ninguna contradicción en el planteo. Entonces, racionalmente, había llegado a la conclusión de que Feliciano era el asesino. Y sin embargo no estaba convencido. Sentía que algo se me escapaba. Algún hecho fundamental que no solamente me haría ver la situación bajo una nueva luz, sino que también me permitiría resolver el caso sin ambigüedades. Pero eso no era más que una idea irracional; mis análisis me habían llevado a la aseveración de que Feliciano era el culpable, a despecho de mis dudas.
Debí habérselo informado lo antes posible a Peña, como habíamos quedado. Era su trabajo encontrar las pruebas y llevarlo a la cárcel. Así no habría pasado lo que pasó. Pero, retrospectivamente, fue entonces cuando dejé de actuar como una persona racional. Es difícil explicarlo, porque yo no me daba cuenta en ese momento. Cuando tuve la idea, la primera terrible idea que significaba involucrarme más de lo sensato, racionalizaba convenciéndome de que era no solamente correcto, sino también necesario. Hay conocimientos que uno posee, y hay conocimientos que lo poseen a uno.
Había una sola forma de salir de dudas. Algo más debía ser hecho.
Con un círculo rodeé la figura que representaba a Feliciano y con otro, la que representaba a Lucas. Finalmente dibujé una flecha que iba de este último a su matador. La remarqué varias veces. Deposité la birome sobre el papel, me levanté, apagué las luces y el ventilador del comedor y me fui al baño. Me froté la cara con agua fría y me miré al espejo. Todavía recuerdo mis propios ojos mirándome, pero como si fueran los de otra persona. Necesitaba una siesta. Esa noche iba a dormir poco.
Me levanté relativamente descansado y preparé mi bolso (uno de viaje, azul, que ya no tengo) con todo lo que necesitaría. También pasé por una ferretería importante y compré algunas herramientas y otras cosas.
A eso de las cinco y media llegué a Chacarita. Estacioné el auto en la zona de parques, a dos o tres cuadras, y me dirigí al cementerio. La entrada es monumental. Es un templo griego con columnas dóricas que predispone al alma para dejar por unas horas el trajín ordinario de la vida. En el centro, un gran Cristo crucificado sostiene como puede, con sus piernas, las flores frescas que le colocan los creyentes.
Me acerqué a un empleado de pantalón negro y guardapolvo azul que me derivó a unas oficinas. Por suerte Peña me había dicho el apellido, así que, identificándome como un amigo de la familia, pregunté por el lugar de descanso de Lucas Márquez. El dependiente me miró como decidiendo si yo era una aparición y luego consultó sus archivos. Evidentemente le tenía sin cuidado que yo fuera el padre o su mayor enemigo en vida, porque sin más me dio la ubicación del nicho y me advirtió que el cementerio cerraba a las seis.
Al salir de las oficinas, estudié el muro que separa de la avenida Guzmán, y descubrí una espigada palmera, que crece pegada a la muralla, y cuyas raíces, elevadas por sobre el suelo, serían de mucha ayuda para alguien que necesitara cruzar del otro lado. Eso podría resultarme de gran utilidad luego.
Caminé por las callejuelas en las que se oía hasta el ruido de un envoltorio de golosina empujado por el viento al arrastrarse por el asfalto. Me di cuenta de que se podía ingresar en automóvil, pero resolví que de todos modos no habría sido una buena idea: que un auto permaneciera después de la hora de visita habría llamado demasiado la atención.
Tenía que ir más allá de la capilla, un edificio de ladrillos que seguramente también albergaba otras dependencias. Tal vez el crematorio. Al pasar, alcancé a ver en una sala una camilla de metal.
Los nichos están en los subsuelos, pero hay grandes aberturas a ras del piso por las que se puede ver abajo perfectamente sin necesidad de descender. La disposición recuerda a los diferentes pisos de un estacionamiento o a un shopping. Es una sensación extraña ver crecer árboles bajo tierra. Bajé en un ascensor y estuve un buen rato hasta localizar el nicho de Lucas. Como los demás, tenía una crucecita y flores. Me fijé bien dónde estaba ubicado, para volver sin problemas más tarde. Faltaba mucho para que me retirara, pero por suerte, a esa altura del año, la noche no se haría esperar demasiado.
Esconderme fue relativamente fácil (me metí en un panteón abandonado a punto de derrumbarse), pero lo que me preocupaba era cómo salir. En circunstancias normales, lo habría planeado de antemano, pero como dije, considero que mi estado no era normal. A las ocho y media salí de mi escondite. Estaba acalambrado y me dolían las piernas.
En los cementerios, la noche es una noche antigua. Y solitaria. El cementerio de la Chacarita es inmenso, pero yo caminaba como si estuviera en una casa de pisos de madera y no quisiera que los dueños se enteraran de que estaba en ella. Me parecía que de alguna manera fantástica los cuidadores intuirían que un ser vivo estaba donde no correspondía. Me perdí una sola vez hasta llegar a la planta que me interesaba. De mi bolso saqué una vela. Tenía varias, pero su utilidad no era únicamente la de iluminación, ya que de lo contrario habría traído una linterna. Localicé el nicho con relativa facilidad. De mi bolso saqué una sábana y la extendí en el piso. También había llevado un bol y lo llené con el agua mineral de una botellita de medio litro. A su lado puse una naranja, dos bananas verdes y una manzana no muy nueva. Y por supuesto la botella de vidrio blanco transparente. Luego de encender las otras cinco velas y disponerlas a mi alrededor, me arrodillé y entoné:
—Dios de las tumbas, Baron Samedi, escucha mis oraciones, preséntate a mí.
No sentía nada. Por un momento pensé en abandonarlo todo e irme a dormir a casa, como cualquier ser normal. Pero el impulso del que yo era prácticamente un títere (aunque no lo veía tan claramente entonces) hacía imposible que tan siquiera me levantara del piso. Intenté de nuevo. Recordé oraciones que había olvidado, que me había enseñado mi abuela cuando niño, todo rastro del español desapareció de mi mente y estaba nuevamente en Haití, en una procesión de personas con mi misma piel y conocía a todos los dioses y espíritus: Olorum, Obatala, Ayza, Dambala, Mawu Lisa, Ogou Balanjo… y los golpes de tambor igualan los ritmos de los corazones. Bum, bum, bum. Tomb, tomb, tomb. Los golpes son muy reales. Los golpes están aquí. Abrí los ojos. Mi corazón se sacudía como una matraca. Toqué la botella y estaba caliente. La taponé de inmediato. Busqué en el bolso un cortafrío y una maza. Abrí la portezuela del nicho, que era el que se ubicaba más abajo, por lo que el esfuerzo que tenía que hacer para sacar la caja metálica era más que nada horizontal. Soy viejo, pero me mantengo en buena forma, y además, en ese momento habría podido arrastrar no uno sino dos ataúdes juntos. La saqué. Hinqué la barreta donde se apoyaba la tapa de la caja. Los golpes, tomb, tomb, seguían dentro y yo golpeé también. Saltaron astillas de metal. Sólo la muerte me impediría abrir ese cajón. Demoré cerca de una hora, pero lo conseguí. Por suerte la caseta donde los guardias pasaban la noche estaba a muy lejos, cerca de la entrada, y no tenía que preocuparme por el ruido, a menos, claro, que alguno de ellos hiciera una recorrida. Por fin el féretro quedó abierto y el indescriptible y único olor a muerto me envolvió. Me asomé y los ojos de Lucas se orientaron hacia mí. Se levantó torpemente y salió de lo que debió ser su último lugar de descanso. La mortaja cayó al piso, junto al bol con agua. Lucas quedó parado como un muñeco trajeado, hecho de papel de diario y engrudo. Recogí lo que había llevado y lo metí en el bolso de cualquier manera, a excepción de la botella, que envolví en paños de pana morada. No quería que se rompiera por nada del mundo. La fuerza vital de un hombre es algo serio. Y peligroso. Y eso era lo que la botella tenía atrapada.
Sólo dejé una vela encendida, para iluminarnos. Avancé hacia la puerta y me di cuenta de que Lucas no me seguía. Giré y lo vi a la luz incierta de la vela, con la venda que le sostenía la mandíbula todavía puesta. Se la saqué; ya no la necesitaba.
—Seguime —le dije, y me siguió.
Al salir apagué la vela. Teníamos que sortear el muro, de unos dos metros y medio. Hubiera deseado estar lo más lejos posible del puesto de guardia, por las dudas, pero hacia la avenida Jorge Newbery había todo un edificio (también con columnas griegas, así que debía ser original), y los otros lindes estaban demasiado lejos. No quería arriesgarme a extraviarme y, por otro lado, tanto como me alejara del coche, tanto tenía que caminar con Lucas a mi lado, y eso significaba mayor riesgo de que alguien lo notara. Pensé en la palmera, pero el problema era cómo aterrizar sano y salvo del otro lado. De todos modos hacia allá me dirigía —nos dirigíamos—, cuando pasamos al lado de una bóveda que estaba siendo remodelada. Estaba rodeada de andamios sostenidos por estructuras metálicas. Una larga escalera estaba en el piso, olvidada. Esas cosas a veces suceden, pero yo no creo que haya sido simplemente casualidad, un golpe de suerte. Así como no había sido una elección libre de mi parte haber ido allí. O al menos de eso trato de convencerme. Como fuera, ahí estaba nuestra salida.
Le ordené a Lucas que tomara la escalera. Obedeció, pero reaccionaba con varios segundos de retraso, como si recibiera la información a través de una mala comunicación por coaxil.
—Poné esa escalera contra el muro —le dije cuando llegamos.
Lucas se puso tenso, como si recibiera una inesperada descarga eléctrica. Luego tomó la escalera con fuerza y la apoyó contra la pared. Subí yo primero. Cuando llegué al tope me senté en la tapia. Le ordené a Lucas que subiera. Los redivivos tienen fuerza pero no agilidad. Fue una tortura esperarlo mientras yo estaba más visible que nunca y parecía que en cada escalón Lucas perdería el equilibrio. Pero llegó y también se sentó. Entre los dos levantamos la escalera para ponerla del otro lado. Esta vez también fui primero yo. Cuando estuvimos a salvo, estudié a Lucas. No es que quería hacerlo (en verdad, hasta ese momento había tratado de evitar mirarlo), pero deseaba asegurarme de que no hubiera nada groseramente fuera de lugar en el caso de que nos cruzáramos con alguien. Nunca lo había visto de traje en vida, y no le sentaba mal, pero la postura era la de un maniquí animado. Di media vuelta a su alrededor y el estómago me dio un vuelco al notar la negra herida de su nuca. Saqué un pañuelo y se lo anudé al cuello. Hice el nudo por delante, de modo de que el resto del pañuelo le cubriera el agujero.
El auto estaba a cuatro o cinco cuadras. Yo caminaba al frente. Los que vuelven de la muerte tiene una pronunciada capacidad imitativa con respecto a quien lo hizo revivir. Estábamos apenas a doscientos metros cuando divisé a un joven que paseaba a su perro por el parque. El animal era un doberman que olisqueó el aire, hacia nosotros. Gruñó y empezó a ladrar. No era un ladrido de compromiso, de esos que los perros emplean cuando se cruzan con otro, como para hacer notar su presencia. Ese perro ladraba con furia, con miedo, con histeria. El dueño apenas lo contenía, y una vez que se repuso de la sorpresa, logró llevarlo hacia el lado contrario.
No nos cruzamos con nadie más hasta que llegamos al coche. Hice que Lucas se subiera al asiento trasero. Cuando se agachó para ingresar, observé que el pañuelo tenía un gran manchón negro en el centro. No pude dejar de sentir la ironía de la situación cuando le ajustaba el cinturón de seguridad. Abrí las dos ventanillas delanteras y luego me puse en marcha, para tomar Corrientes. Ya había pasado lo más difícil, al menos desde el punto de vista material. Ahora faltaba lo más duro desde el punto de vista de mi cometido último: que por la reacción del supuesto asesino me asegurara de su culpabilidad. Un semáforo se puso en rojo y frené abruptamente. Sentí que Lucas pegaba la cabeza contra el asiento del acompañante y luego otro golpe más, contra el vidrio. Cuando me di vuelta, vi que estaba tumbado sobre el asiento. El vidrio, en el lugar donde su cráneo había rebotado, estaba manchado de grasa cadavérica, la sustancia jabonosa que se produce por la descomposición de los cadáveres, sobre todo en lugares húmedos. Buenos Aires es una ciudad muy húmeda.
Yo sabía dónde vivía Feliciano. Era un PH cerca de la plaza, pero no sabía cuál era el departamento. Estacioné el coche justo enfrente al domicilio y esperé un rato en silencio. En la calle no había nadie. Una suave brisa revolvió los olores dentro del coche. Reflexioné por última vez en lo que estaba por hacer. Pensé en los argumentos que me habían llevado a la conclusión de que Feliciano, el torturador, era el culpable. El torturador. Pero Lucas no había sido torturado; había muerto con la primera acometida. No, eso no cuajaba. Feliciano lo habría hecho sufrir antes. Sentí vergüenza de mí. ¿Había hecho todo esto sólo para darme cuenta después de que estaba equivocado? Era eso lo que se me había escapado, la parte del perfil psicológico que no había tenido en cuenta. Pero todavía faltaba más para resolver el caso. Porque entonces el culpable tenía que ser alguien en quien hasta ahora no había pensado. ¿Quién, entonces, quién?
Y supe quién.
La verdad me vino como un chubasco: de pronto estaba empapado en ella.
El instituto está pintado de blanco y no hay carteles de ningún tipo, por lo que de afuera es una casa más. Iba a pulsar el timbre, pero entonces me atendería una enfermera o quienquiera que se quedara de guardia. Había estado una vez allí antes, visitando a Micaela, y sabía que la puerta daba a una especie de cuarto comunicante muy transitado. A lo mejor tenía suerte y me abría alguno de los internados. Golpeé y esperé. Nada. Golpeé de nuevo y escuché unos pasos inestables, y luego el ruido del picaporte. La puerta se abrió y un adolescente de pelo corto e hirsuto me sonrió. Su brazo derecho estaba flexionado en el codo y la muñeca, junto al pecho, en forma permanente.
—Gracias. Andate, andate —le dije.
Dudó un momento, aturdido, pero perdió interés y se retiró.
Hice entrar a Lucas y nos dirigimos al primer piso por unas antiguas escaleras de escalones de madera que crujían demasiado. Deseé que nadie nos interceptara, pero para entonces ya me había dado cuenta de que esa noche nada nos detendría.
Ubiqué a Lucas a un lado, de modo que no se lo viera desde la habitación. El cuarto de Micaela daba a la calle. Golpeé y esta vez no tuve que esperar. Micaela me miró asombrada.
—¡Doctor! —iba a sonreír, pero vio mi expresión y la sonrisa se le apagó.
—Vos lo mataste, ¿verdad?
—¿Estás loco? ¿Qué decís? ¿Estás loco?
Su patética defensa era repetir las frases, como las personas incultas. Me sentí un miserable.
—Sabés que no estoy loco, Micaela. Debí haberme dado cuenta antes, no era tan indescifrable —sus ojos alargados estaban paralizados, mirándome, pero no me respondió—. Más que enamorada, estabas obsesionada con él. Estabas consumida por ese sentimiento malsano. La carta que supuestamente te escribió debería haberme dado la pista. Eso ya denotaba un comportamiento enfermizo: delirabas, imaginabas cosas. Fue ese mismo día cuando viste a la chica Angelina robarle el pincho al barrendero. Creo que todavía no pensabas matarlo, en ese entonces, pero luego lo recordaste.
Yo había pensado que se desesperaría o al menos lloraría, pero Micaela me miraba con enojo y actitud desafiante.
—Planeaste todo cuidadosamente. Robaste el pincho y lo escondiste, a lo mejor lo enterraste. De aquí podías salir a cualquier hora: a los internos que no son muy… problemáticos casi ni los controlan. Ya suficiente tienen con los que sí lo son. Sabías que Lucas estaba casi todas las noches en la plaza con sus amigos. Ibas a ir todas las veces que fuera necesario hasta que se te presentara la oportunidad. Sucedió pronto. Escondida, lo viste venir hacia el orinal. Estaba ya cerca. Por fin iba a ser tuyo. Para siempre. Él te vio. Abrió la boca de asombro o para gritar. Le clavaste en el corazón. Y luego con pasión, descontrolada, lo seguiste hiriendo. No dejaste huellas, habrás usado un par de guantes de goma que acá abundan. Eso fue todo. Y creo saber cuándo decidiste deshacerte del objeto de tu manía. Juraría que fue ese mismo día, después de que Lucas se peleara con Gilda. Estabas contenta por esa discusión y te acercaste a él, y le dijiste algo al oído. A mí me explicaste que te susurró algo lindo, que vos eras mejor que Gilda, o cosa parecida. Yo, como un tonto me lo creí. No me di cuenta de que era mucho más probable que Lucas hubiese dicho algo hiriente, maligno. Si así fue, tu cara no estaba radiante de felicidad cuando me saludaste, sino que estaba contraída por el dolor. No querías que nadie se enterara de tu humillación ni de tu pena. Me sonreíste y te fuiste, pero la idea de venganza era en lo único que pensabas.
Supe que estaba en lo correcto en cuanto al momento en que Micaela se había decidido a matarlo porque fue recién entonces cuando se quebró. Evidentemente la fuerte impresión había revivido y ya no podía fingir.
Se tiró sobre la cama, acurrucada, sollozando como no hacía mucho lo había hecho sobre mi hombro. No le veía el rostro, solamente el corto cuello.
—Me dijo… “Dejame en paz, mogólica de mierda”… —suspiró profundamente y luego agregó, mientras volvía a gimotear—: Mogólica de mierda, me dijo.
Sentí que yo también tenía ganas de llorar. Y me había olvidado de Lucas por completo, que hizo algo que nunca imaginé que un resucitado pudiera hacer. Me empujó, apartándome. Caí al suelo sobre una cadera. Él se acercó a Micaela. Le tocó el pelo. Ella habrá pensado que era yo, porque levantó la cabeza dulcemente. Y de inmediato su rostro adquirió una expresión de tal espanto, que espero jamás tenga que verla de nuevo. Sus facciones parecían talladas con estearina fundiéndose. Dio un grito que hizo estremecer mi espina dorsal. Se retiró espantada hacia el balcón, pero Lucas la siguió. Ella no se cayó accidentalmente, se arrojó en busca de la muerte, que debía encontrar benigna en comparación con la pavorosa realidad. Era nada más que el primer piso, pero desde donde estaba escuché el sonido del cráneo al chocar contra la vereda. Lucas se asomó al balcón y se quedó fijo, mirando hacia abajo como un idiota.
Decidí que el horror, la angustia y el arrepentimiento debía dejar para más tarde. Me di cuenta de que todavía no tenía una prueba de la culpabilidad de Micaela. Era importante para que dejaran en paz a los sospechosos. Ya había pensado en eso en el trayecto, así que ataqué la mesita de luz en busca del diario que una chica con la personalidad de Micaela debía llevar. Por Dios, algo bueno tenía que salir de esto. Escuchaba voces fuera de la habitación y en la calle. El diario no estaba en la mesita de luz, sino bajo el colchón. Sólo lo abrí para asegurarme de que contenía anotaciones personales y me lo llevé. Ya habría tiempo de leerlo.
En las escaleras no había nadie. Los que se habían levantado estaban en la vereda. Bajamos con Lucas y le ordené que esperara junto a una pared, al lado de la puerta de calle. Me abrí paso hasta donde estaba Micaela y establecí su fallecimiento. Los enfermeros de guardia (un muchacho robusto y alto y otro totalmente calvo) me miraban sin comprender. Les mostré mi carnet de médico y les dije que me pondría en contacto luego. También los apremié a que llamaran una ambulancia. Mientras lo hacían, me escurrí con Lucas hasta el auto y nos fuimos a la plaza.
Estaba desierta, seguramente debido al miedo por el reciente asesinato. Saqué del coche la pala y un pico pequeño. Yo mismo aparté algunos panes de césped en una zona particularmente oscura y luego ordené a Lucas que cavara y así lo hizo. Me pregunté cómo nos veríamos desde los coches que pasaban por la avenida. Un taxista sin pasajeros nos observó, pero un grupo de chicas le hizo señas desde la otra cuadra y aceleró.
Saqué el diario de Micaela y lo estudié. Como había pensado, era una mina de oro para un psiquiatra. Se podía determinar el avance de su obsesión fecha a fecha. En un párrafo hasta hablaba bien de mí. Y me odié por eso. Pasé las hojas hasta el día del crimen. No decía con todas las letras que había sido ella, pero tampoco dejaba dudas. Hasta estaba la frase de Lucas que había significado su muerte. Peña estaría satisfecho.
Cuando el hoyo alcanzó unos dos metros, le dije a Lucas que se detuviera y que se arrojara dentro de él. Dudó un momento, no porque su voluntad titubeara (ya no tenía voluntad), sino por torpeza, y luego se tiró de pie. Un ruido astillado retumbó en la fosa y me di cuenta de que se había roto algún hueso. Ya no importaba. Tomé la botella y la arrojé sobre él con la suficiente fuerza como para que se rompiera. Escuché el estallido del vidrio y en ese momento todas las palomas y gorriones de la plaza emprendieron vuelo (a pesar de que deberían haber estado durmiendo). Lo sepulté y acomodé como pude los panes de pasto.
Nunca había hecho una cosa así antes y nunca la volveré a hacer (después de todo yo soy un médico; trabajo con las leyes naturales). Lo sé con la misma certidumbre inexplicable que tuve de que no me hubiese sido posible resistirme al impulso cuando éste nació en mi corazón.
Con el paso del tiempo, el lugar de la sepultura fue cubierto enteramente por vigorosas ortigas muertas de tallos relucientes. Nunca me pude explicar por qué.
No quise contarle a nadie el lugar exacto en que sucedió todo esto, pero si alguien, alguna vez, se encuentra en una plaza con sus hijos dándole de comer a las palomas, o pasea con su perro, o descansa simplemente de una larga caminata, y reconoce entre los arbustos las flores blancas y púrpuras de la ortiga muerta, desearía que, cualquiera fuese su religión, y aun si no la tuviera, rece por quien debajo de las flores descansa, y rece también por quien lo puso allí.

El panteón olvidado


A Mario no le gustó el cementerio. No porque sintiera aprensión o alguna mezcla de angustia y temor, sino porque lo consideraba una construcción completamente inútil. Una especie de condominio para muertos. Nada más ridículo. Tampoco le gustó Don Felipe, el que sería su jefe. Pero necesitaba ahorrar plata, y no era tiempo para desaprovechar oportunidades.
Don Felipe, un viejo de cara rugosa y dedos amarillentos, lo observó con desconfianza y luego se decidió a hablar.
—Con esa ropa no podés trabajar.
Instintivamente Mario bajó la vista hacia el jogging azul y rojo que llevaba. Nunca usaba otra cosa más que ropa deportiva.
—¿Qué me tengo que poner, entonces?
El viejo demoró la respuesta como decidiéndose a insultarlo o no.
—Lo mismo que yo. Pantalón negro, camisa de trabajo celeste y guardapolvo azul —hizo otra pausa—. Volvé mañana.
A Mario no le molestó en absoluto no tener que quedarse. Al cementerio tendría que acostumbrarse de a poco. Salió a la avenida Corrientes, colmada de ruidosos y humeantes colectivos. También había puestos de vistosas flores, pero el ver entre ellas una pizarra negra donde se podía leer “Venta de urnas, placas, grabados”, escrito con una torpe caligrafía, le recordó su destino morboso y le produjo repulsión. Pero el día estaba luminoso y decidió ir a Palermo a correr un poco. Más tarde se preocuparía de conseguir la ropa de trabajo.
Fue en los bosques de Palermo donde conoció a Flor. Lo primero que vio de ella fue el nacimiento de una de sus nalgas. Las calzas se le había bajado unos centímetros y quedaba al descubierto una zona de piel más blanca, donde la malla –seguramente- había impedido que se tostara. Ella también estaba trotando y a él le fue fácil sacarle una sonrisa.
Decidieron almorzar juntos en un bar-restaurante de la avenida Santa Fe, decorado en blanco y amarillo. Increíblemente, las mesas para no fumadores tenían buena ubicación. Los clientes, muy pocos, eran jóvenes en su mayoría. Tan solo un grupo de amigos bastante ruidoso, una pareja y una chica solitaria.
Pidieron milanesas de soja con ensalada de tomate, lechuga y pepinos.
—¿Y qué hacés? —preguntó ella, mientras esperaban el pedido.
—Me gustan los deportes acuáticos. Natación y buceo. Pero me gusta entrenar fuera del agua, también. Se logra más fuerza y resistencia.
—Eso ya me contaste. Quiero decir si trabajás.
—Mañana empiezo, pero no me vas a creer dónde.
—¿Dónde?
—En Chacarita.
—¿Y qué tiene eso de increíble?
—Que es en el cementerio de la Chacarita.
—¡En el cementerio! ¡Qué horror! ¿Y de qué?
—En el puesto que heredé de mi tío: cuidador profesional de panteones, limpiador de losas y mármoles –esperó a que su respuesta surtiera efecto en ella, que lo miró pasmada—. Aunque parezca mentira, es muy difícil entrar, porque no es un trabajo para cualquiera y se gana bien. Mi tío se jubiló y me recomendó para el puesto. Si no, no entraba.
—Decís que no es para cualquiera, ¿y pensás que es para vos?
Mario sonrió.
—Mi idea es trabajar para ahorrar. Yo le calculo que me va a llevar un año, a lo sumo un año y medio, juntar la plata que necesito.
—¿Se puede preguntar para qué?
—Se puede. Tengo la idea de irme a pasar las vacaciones más espectaculares de mi vida. Es un viaje en un velero de madera, uno grande, por los mares de Australia. No es el típico tour para turistas comunes. Es más bien para gente a la que le gusta el deporte y la aventura. Lo que a mí más me atrae es el buceo. Dicen que tenés a los tiburones a un par de metros.
—Qué loco. Parece genial. ¿Pero no te da miedo tener un tiburón nariz con nariz?
—Y… un poco sí, pero uno nunca se siente tan vivo como cuando se enfrenta al peligro.
—Sí, supongo.
—¿Te gustaría ir?
—¿Y a quién no?
Flor era la chica perfecta para él. Profesora de gimnasia, dos años menos que él (que tenía veintiséis) y linda como una fruta madura. Luego de almorzar se intercambiaron números de teléfono y prometieron verse pronto.
Ya en su casa, Mario y llamó a su padre para preguntarle si tenía idea de dónde comprar ropa de trabajo. El papá le dijo sencillamente que buscara en la guía de teléfonos.
Esa noche, antes dormir, Mario se dijo que era un tipo con mucha suerte. En un mismo día había conseguido un trabajo, el teléfono de una hermosa chica y el primer guardapolvo azul que usaría en su vida.
A Mario le gustó esa mañana de sol, pero en el cielo desfilaban corpulentas nubes, como islas de helado de crema.
Llegó diez minutos antes de las ocho y se presentó ante Don Felipe. Éste le dio los instrumentos de trabajo: cepillos de cerdas blandas, esponja, limpiadores y trapos.
Don Felipe le indicó cuáles panteones debía mantener (clientes heredados de su tío) y se concentró en enseñarle a limpiar todo lo que fuera externo. Ya habría tiempo para dedicarse al interior.
La tarea era sencilla, pero interminable. Mario trabajó de firme, pero el no tener a nadie con quien charlar hizo de esa la mañana más larga de su vida. Intercambió algunas palabras con una señora que visitaba la tumba de su hermano muerto hacía dos años y con un hombre lloroso que había perdido a su esposa seis meses antes, pero ambos, y todos en general, lo miraban de forma extraña si él les daba conversación, y se alejaban lo antes posible. Querían visitar los restos de sus seres queridos, no charlar con los empleados.
A las doce, Mario recogió sus elementos de trabajo y se dirigió al edificio del personal para almorzar. Mientras caminaba, observaba las placas, las cruces, la arquitectura de las criptas. Todo lo ponía incómodo. Hasta la distribución en calles y cuadras pobladas de sepulcros. Uno está acostumbrado a catalogar todo en función de seres vivos, pensó. Pero ese lugar, una especie de réplica de un pueblo, no era para seres vivos, y los muertos, demás estaba decirlo, ni se enteraban. Un gran monumento a la muerte es el cementerio, eso es lo que es. ¿Por qué esa adoración hacia la nada? Todo lo que se necesitaba era un gran crematorio municipal. El concepto de destinar un lugar público donde los cadáveres se pudrieran tranquilamente carecía de sentido. Eran los vivos los que necesitaban casas, higiene, cuidado. No los muertos. Ese fetichismo hacia la muerte era… cómo decirlo, pernicioso, sí, pernicioso era la palabra.
Entonces vio el panteón. Sin ser ningún experto, Mario supo que era muy antiguo. Pero la razón por la que descollaba sobre los demás era que estaba totalmente abandonado. Una capa de mugre gris ceniza cubría los mármoles y en la entrada se acumulaban hojas, papeles de diario, latas de gaseosas. Al comienzo de la corta escalinata había un gran ángel, la cabeza gacha, que inspeccionaba a los visitantes. Que en las últimas décadas debían haber sido muy pocos, pensó Mario. Sus alas estaban a medio plegar (o desplegar, según se mirara). Mario sintió el impulso de tocarlas. Deslizó los dedos por la superficie fría y pringosa. Hasta había restos deshechos de telarañas. Al rozar el borde de un ala, sintió un dolor fugaz en las puntas de los dedos. Los retiró y los observó. De las yemas del índice y el medio comenzaba a brotar una brillante sangre. Mario sacó un pañuelo y lo presionó sobre las heridas, para cortar las pequeñas hemorragias.
Cuando lo vio con la improvisada venda, Don Felipe le preguntó qué le había pasado. Sintiéndose un tonto, Mario le contó.
—No te acerques a ese lugar.
—¿Por?
—¿Sos supersticioso?
—No, ni ahí.
—Entonces no vale la pena que te explique nada. Pero si sabés lo que te conviene, no te vas a acercar a ese panteón. Jamás.
Una vez dicho esto, Don Felipe dio por terminada la conversación y siguió cortando en rodajas su pan blanco. Mario decidió no insistir.
La tarde fue similar a la mañana. Mucho trabajo, nada de compañía. Sin embargo, no podía olvidarse de ese sepulcro triste y olvidado. ¿A quién pertenecería? ¿Por qué era el único abandonado? Se lo preguntaría a su tío. Esa misma noche.
Cuando llegó la seis de la tarde, sus brazos estaban deshechos. Y él que pensaba que tenía gran resistencia. Se entrenaba especialmente para tenerla. Pero siempre se cumplía: a diferentes ejercicios, diferentes músculos involucrados.
Preguntó a Don Felipe dónde debía guardar los elementos de trabajo, los guardó y se fue, molido, a su casa.
Ya en su dormitorio, decidió que hasta que sus músculos se acostumbraran, reduciría el tiempo de entrenamiento a la mitad. Claro que sí. Menos mal que era viernes, y tenía todo el fin de semana para descansar.
Llamó por teléfono a su tío, pero no estaba en casa. Seguramente estaría en el club de jubilados. Estaba cansadísimo, pero la curiosidad que tenía sobre esa cripta era más grande que su cansancio, así que se levantó de la cama y tomó el colectivo para Almagro.
El club era poco más que un simple saloncito justo en una esquina. Tenía vidrieras y enseguida divisó a su tío. Estaba jugando un partido de escoba de quince, así que esperó a que terminara para que pudieran charlar tranquilos. Se entretuvo leyendo los carteles que avisaban que se aplicaban vacunas contra la gripe o que se podía tomar clases de tango y folklore. Su tío terminó la partida y se acercó sosegadamente. Vestía un pulóver verde oscuro que parecía nuevo y traía un vaso de agua. Sonrió y le dio un beso.
—¿Cómo te fue en el trabajo, pibe?
—Bien, todo bien. Pero quiero preguntarte sobre algo en especial.
El tío parecía saber lo que Mario le iba a decir.
—Qué.
—Hay una cripta que está abandonada. Es una simple curiosidad. ¿Por qué está abandonada y de quién es?
—Felipe no te dijo nada.
—No. Únicamente que no me acercara jamás a ese lugar.
El tío Oscar asintió con la cabeza.
—Ese Felipe, siempre tan charlatán. Mirá, Marito, yo no sé si vos creés en brujerías o en fantasmas. Ni yo sé si creo. Pero ese panteón parece estar embrujado. Todos los que alguna vez lo han mantenido limpio, desaparecieron como si se los hubiera tragado la tierra.
—No entiendo muy bien, todos… quiénes. Vos no desapareciste.
—Yo nunca lo limpié. Durante todo el tiempo que trabajé, desaparecieron tres personas. El primero fue el que yo reemplacé. Me dijeron que no pisara ese lugar, y jamás me acerqué. Tuve dos ayudantes, y también les dije que no se acercaran, no me hicieron caso, y los dos desaparecieron. Por eso nunca más tuve ayudantes.
—¿Y por qué no me contaste esto antes?
El tío Oscar pareció dudar.
—La verdad, no sé. A lo mejor tenía miedo de que pensaras que estaba loco. Me quedé tranquilo confiando en que Felipe te iba a contar.
Su tío parecía avergonzado.
—¿Y quién está enterrado allí?
—El marqués de la Fuente, que murió allá por el novecientos. Esto que te digo me lo contaron, así que puede ser verdad o no. Era un español de mucho dinero, tenía cantidad tierras y también demasiados familiares, que lo odiaban, porque parece que el tipo era un hijo de puta. No solamente trataba como basura a sus sirvientes, sino también a su familia, y lo único que esperaban era que el viejo estirara la pata para repartirse su fortuna.
Se rascó la cabeza antes de continuar.
—Pero resulta que el marqués sufría de catalepsia. Sin nada de nada se quedaba duro como un muerto, y después de un tiempo volvía en sí. Y a causa de eso estaba aterrorizado de que lo enterraran vivo. Tenía miedo de que sus familiares se apresuraran; a propósito, me entendés. Entonces hizo construir un cajón especial que se abría desde adentro y que no se cerraba herméticamente, para que entrara aire. Además la madera que utilizaron era relativamente fácil de romper, sobre todo la tapa. También se hizo un panteón que se puede abrir desde adentro. Y por las dudas, ordenó que cuando lo sepultaran, dejaran agua y comida en una bóveda. En el único que confiaba era en su médico. A él le dejó las instrucciones y le hizo jurar que se aseguraría de que todos los dispositivos de seguridad que había inventado estuvieran en orden cuando él fuera enterrado. Pero el marqués tuvo tan mala suerte que el médico murió en un accidente. Enterarse de la noticia hizo que le diera uno de sus ataques. La familia vio la oportunidad. Enseguida mandaron llamar un doctor, ya retirado, prácticamente, que certificó la muerte. Anularon el mecanismo para abrir el ataúd desde adentro, y lo mismo hicieron con la puerta de la cripta. Por supuesto no dejaron comida ni bebida.
El tío Oscar tomó un sorbo de agua para aclararse la garganta.
—Todo esto se supo muchos años después, cuando un ladrón de tumbas, al violentar la puerta, se encontró con que el cajón estaba abierto, la tapa rota, y el esqueleto del marqués hecho un ovillo a sus pies. El ladrón salió rajando, pero quedó la puerta abierta y se hicieron las investigaciones y se descubrió la historia. Pero todos los familiares ya habían muerto hacía tiempo.
Mario se quedó pensando por unos segundos.
—Pobre marqués, una muerte horrible.
—La peor. Dicen que por eso la cripta está maldita, y yo no sé si es verdad o no, pero tres hombres se esfumaron y yo no quiero que seas el cuarto, así que no te acerqués.
—Quedate tranquilo, que no voy a ser el cuarto.
—Disculpame que no te dije antes.
—No hay problema.
Lo despidió con un abrazo, para que se diera cuenta de que no lo culpaba. Ya afuera, lo saludó por última vez levantando el brazo, pero su tío estaba terminando el agua y no lo vio.
Durante la cena, Mario no respetó su dieta. Tenía un hambre inapagable. Su hermano menor había salido y sus padres le preguntaron todo sobre su nuevo trabajo. No les contó lo de la cripta. De la mesa fue al baño y del baño a la cama.
El sábado a la tarde se encontró con Flor en el mismo bar de Palermo. Le contó la historia de fantasmas y ella parecía encantada. Sin embargo, cuando terminó el relato, se quedó callada con el ceño fruncido. Hacía girar el sorbete en su vaso de jugo de naranja.
—Tené cuidado, Mario. Yo no creo en las brujas, pero que las hay, las hay. Ni te acerques a ese lugar.
—Quedate tranquila. Apenas me acerqué y ya me corté los dedos. Aprendí la lección.
Sonrió e hizo que Flor también sonriera. La miró detenidamente. Sus verdes ojos, grandes, separados, y sus cejas rectas le daban un aire de inocencia perpetua.
Esa noche fueron a un pub de San Telmo y se besaron por primera vez. A la madrugada, ya en su propia cama, Mario pensó que, sacando el viaje a Australia, poco más podía pedirle a la vida.
El domingo no entrenó (le dolían mucho los brazos) y tampoco vio a Flor, porque ella se reunía con sus amigas. Se pasó el día viendo televisión. Como una brisa que se intensifica cada tanto, lo invadía el recuerdo de la cripta del pobre marqués, interrumpiendo la concentración en la película que estaba viendo (que de todos modos tenía un argumento muy predecible). Pensaba en la historia que le contó su tío, en los hombres desaparecidos, en su corte en los dedos. ¿Creía él en maldiciones? ¿Desde cuándo uno se corta con una estatua?
El lunes comenzó su tarea sin novedad. Cepillos, agua, amoníaco para los hongos. Limpiar, fregar, enjuagar, lustrar. Cuando fue a almorzar pasó de nuevo por el panteón, observándolo con mayor detenimiento. No iba a tocar nada ni aunque lo obligaran, pero sí quería concentrarse en los detalles. Cuando uno sabe la historia de las cosas, las ve con otros ojos. Descubrió un sobre relieve que le hizo acordar a cómo habían encontrado al marqués. Era un óvalo dentro del cual se veía a dos esqueletos envueltos en sudarios, tiernamente abrazados, uno apoyando su cabeza en el hombro del otro. Leyó una inscripción labrada en elegantes letras: “Memento Homo”. Iba a seguir investigando, pero vio a lo lejos la figura de Don Felipe, que lo observaba. Siguió su camino disimuladamente.
Hacía tres días que no ejercitaba, así que esa noche retomaría sí o sí. Cuando terminó su jornada apenas había sentido dolor en los brazos, pero, cosa extraña, cuando empezó con los ejercicios de calentamiento en el gimnasio, una intensa molestia en los bíceps y en los antebrazos le hicieron decidir a suspender por un tiempo toda ejercitación, hasta que su cuerpo se acostumbrara al nuevo trabajo. Esta resolución le molestó menos de lo que él hubiera supuesto.
El martes se dispuso a continuar la inspección interrumpida, pero esta vez dio algunos rodeos, para ver si Don Felipe lo vigilaba. Efectivamente, el viejo tenía la vista clavada en la zona del panteón, por lo que no se acercó a éste en todo el día. Esa noche le preguntó a su hermano (que era un bocho y sabía de todo, incluyendo latín, que había estudiado en el colegio), qué significaba “Memento Homo”.
—“Recuerda, hombre” —le dijo su hermano—. Son las primeras palabras de la frase en latín “Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás”. El profe siempre nos decía memento homo cuando nos olvidábamos la lección.
Así que “Recuerda, hombre”, pensó Mario, aunque en el caso del marqués quedaría mejor “Recuerda al hombre”. Le dio las gracias a su hermano.
El miércoles a la mañana, al entrar, observó las construcciones del cementerio, y se dio cuenta de que no sintió el rechazo de la primera vez. El cielo estaba blanco, cubierto de nubes altas y el sol no molestaba la vista. Quién lo hubiera dicho. Acostumbrarse tan pronto. A lo mejor era por la historia del marqués, que si bien era terrible, también era una historia de pasiones, temores, ambiciones. Es decir, una historia de gente viva. Debía deberse a eso el cambio en su actitud. Ahora comprendía mejor por qué existían los cementerios y no un gran crematorio municipal. Los cementerios también eran parte de la vida. Este pensamiento hizo que deseara ver nuevamente el panteón. Pero con tranquilidad y en detalle. Le dio bronca que Don Felipe lo vigilara como si él fuera un chico. Entonces se le ocurrió una idea. Al fin del día se despediría como de costumbre. Esperaría a que el viejo se fuera y después volvería. Los guardias nocturnos lo dejarían entrar. Podía decirles que se le había perdido un reloj o algo y que quería buscarlo. A ellos no les importaría. Se sintió satisfecho con su idea. Pensaba en los detalles, en que no se tenía que olvidar de sacarse el reloj antes de volver, en cuánto tiempo en total tendría para hacer su observación. Estaba tan concentrado que cuando un anciano le hizo una pregunta (sobre flores o algo parecido), él le contestó rápidamente y se alejó antes de que el otro iniciara una conversación. Los viejos pueden ser tan pesados.
Su plan finalmente tuvo éxito. Los guardias no le hicieron ningún problema.
Ya la tarde se convertía en noche cuando Mario se encontró frente al panteón. Era realmente grande. No tanto como el de la Asociación Española de Socorros Mutuos, que parecía una gigantesca torta amarilla, ni como el de la Policía Federal, tan imponente, pero entre los particulares, éste era uno de los que más se destacaban. Básicamente, tenía forma cuadrangular, con tres entradas (ya que el cuarto lado era el límite con otro panteón). Cada entrada se cerraba con dos batientes con ventanucos, aunque estos estaban clausurados (¿por los familiares?). A los costados de cada uno de las cortas escalinatas se alzaban sendas columnas que llevaban en el tope adornos en forma de espiral, como rulos. Sobre ellas, se formaba un remate triangular, típico de los templos griegos. Bueno, todo el estilo era griego. Parecía que eso se acostumbraba en la época, ya que muchos panteones tenían ese tipo de columnas. Por último, el techo consistía en una bóveda de tejas rojas. Claro que lo que más lo diferenciaba de un templo griego eran los motivos religiosos cristianos: los pequeños ángeles (aparte del grande que estaba en la entrada principal), las cruces. Lástima… lástima que estuviera tan sucio. Con su color original, blanco, sería espectacular.
En algún momento le sacaría fotos, pensó. Sí, eso haría. Fotos de día (sería difícil con la presencia de Don Felipe) y fotos de noche. Desgraciadamente no tenía una cámara. Tendría que pensar en otro truco para volver a entrar después de su horario de trabajo.
Miró al ángel. Nada de tocarlo. Observó las columnas. Notó el musgo y los líquenes que recubrían gran parte de las piedras blancas y grises. Sintió un deseo intenso de limpiarlas. ¡Tan pronto había hecho propias las costumbres del oficio! Observó la parte más alta de la cripta. El techo contrastaba con el cielo negro y se distinguía con claridad algunos pequeños angelitos, una gran cruz y un ruido a sus espaldas, un ruido a sus espaldas que eran unos pasos, unos pasos de alguien que estaba justo detrás de él.
Era Don Felipe.
—Te dije que no te acerques a este lugar.
Mario sintió que transpiraba, a pesar de que no hacía calor.
—Sólo lo estoy mirando. Ni lo toco ni lo limpio. Lo miro, nada más. Y estoy fuera de mi horario de trabajo.
—Justamente. Voy a pedir que te despidan.
—Usted está loco. No puede despedirme solamente porque mire una cripta.
—Puedo. Pero quiero que entiendas esto. Es por tu bien. Hay cosas que vos no sabés.
—Sí que las sé. Me lo contó mi tío.
—Y te acercaste igual. Más a mi favor, no podés seguir trabajando aquí.
Mario sintió que toda la ira y la antipatía que sentía por ese hombre desde que lo conoció se concentraban en ese momento. Desvió la vista hacia arriba. Hacia el ángel. Y en su mente se dibujó la imagen del ángel cayendo sobre Don Felipe. Impidiendo que Don Felipe lo alejara de la cripta. Y el ángel se movió. Don Felipe escuchó el ruido que hizo la base de la estatua al correrse levemente. Levantó la vista y la expresión que se formó en su rostro le hizo recordar a Mario a una de las caretas que representan el teatro. La de la tragedia, por supuesto.
Don Felipe murió aun antes de que él y el ángel cayeran al piso. Un ala se le incrustó en la cabeza, partiéndola casi. Mario, a pesar del horror, no pudo dejar de reconocer en el fondo de sus sentimientos, el inconfundible sabor de la satisfacción.
Esa noche no terminó nunca. La ambulancia, la policía, preguntas y repreguntas. ¿Qué estabas haciendo allí a esa hora? Buscando un reloj olvidado. Lo encontré. Es este. ¿Y Don Felipe? No sé, lo descubrí allí y fui corriendo a avisar. ¿Hace cuánto que trabajás aquí? ¿Tan poco? ¿Un reloj decís? Los dos guardias nocturnos lo miraban como si fuera un demonio. Seguramente sabían la historia del panteón y estaban ahora más convencidos que nunca de su veracidad. El comisario Guzmán le dijo que se comunicaría muy pronto con él. Anotó sus datos personales y le sugirió que se reincorporara al trabajo recién el lunes, así tenía tiempo de calmarse (y de hablar con ellos, pensó Mario).
Por su puesto que él no podía darse el lujo de faltar dos días. Sin Don Felipe, el trabajo se atrasaría. Cuando les contó, su familia, y también Flor, insistieron en que se tomara un descanso. ¿Por qué la gente siempre pensaba que lo único importante era lo que ellos hacían? Él tenía una responsabilidad. Al final, se sentía mejor en el cementerio que en su casa. Allí tenía tiempo para pensar en… bueno, pensar en lo que había sucedido, pensar, por qué no decirlo: pensar en el panteón abandonado.
Al día siguiente, entonces, se presentó en el horario de costumbre. Antes de dedicarse de lleno a sus tares, decidió que le echaría un vistazo. Por suerte la policía ya había terminado con sus pericias o lo que fuera que hicieran en esos casos. Tal vez se habían apurado para estar el menor tiempo posible en ese lugar. Hasta habían devuelto la estatua a su ubicación original.
A la mugre de años, se le sumaban las marcas del manoseo y por supuesto, la sangre. No podía dejarla así. Si bien se había prometido a sí mismo y a su tío y a Flor que no se acercaría al panteón, tampoco podía dejar eso como estaba. Y, después de todo, no podía ser un miedoso. Sólo la estatua. Limpiaría sólo la estatua. Era su obligación.
Puso manos a la obra. Consiguió una escalera lo suficientemente alta como para alcanzar el tope del ángel y dedicó el resto del día nada más que a la tarea de dejar la escultura como nueva. Cuando terminó, contempló el resultado. Había quedado realmente bien, pero algo le molestaba. Claro que sí. La basura que se acumulaba en la entrada. La estatua estaba magnífica, pero lo que la rodeaba era un asco. Mañana ya vería lo que se podía hacer.
Esa noche apenas comió un plato de los tallarines de los que siempre repetía al menos dos veces. Estaba realmente cansado y se acostó temprano. Al ver su equipo de jogging sobre una silla tomó conciencia de que hacía varios días que no practicaba. No le importó. Estar acostado le resultaba particularmente placentero por primera vez en su vida. Siempre había estado en la cama el menor tiempo posible: apenas abría los ojos, se levantaba.
Se durmió. Mañana tenía mucho que hacer.
Apenas una hora demoró en barrer las entradas, limpiar los escalones y los mármoles más visibles. El ángel tenía ahora un entorno que le hacía justicia. Claro que tendría que ir pensando cómo hacer para dejar todo el exterior de la cripta del mismo modo. Impecable, limpia, nueva. Sabía que serían varios días de trabajo, pero eso no era problema. Después de todo, se trataba de una construcción excepcional. Finalmente decidió terminar la puesta a punto de ese verdadero mausoleo en tres etapas: primero se dedicaría al exterior más bajo, es decir, sin incluir el techo. Calculaba que en un día ya estaría listo. Luego, la parte superior, para la que necesitaría al menos dos días. Y por último, el interior. Eso significaba que si trabajaba durante el fin de semana, todo el exterior podría estar terminado para el lunes. Excelente. Ahora que no estaba Don Felipe (bueno, no como empleado), tenía total libertad para entrar y salir cuando se le antojara. Estaba seguro de que los guardias no le harían problemas. De hecho, parecía como si le rehuyeran.
Al terminar la jornada del sábado lo más visible estaba impecable. Estaba orgulloso de lo logrado hasta ese momento. Pensó en que la superstición había impedido durante décadas que ese edificio tuviera el cuidado que merecía. No la veía como un panteón, sino más bien como una casa. Era tan acogedor.
Cuando se disponía a retirarse, tuvo un pensamiento absurdo: pasar la noche allí, en la cripta. Así podría empezar el duro trabajo de limpiar los techos muy temprano. Se rió ante la idea y se retiró.
Esa noche tampoco cenó mucho, casi nada, en realidad, y ante la recriminación de su madre, sólo respondió que no tenía hambre. Notó que su papá hacía un gesto de que no lo molestaran. Seguramente pensaría que la muerte de Don Felipe le había afectado.
Cuando ya estaba en su cuarto su hermano le avisó que tenía un llamado.
—¿Quién es?
—Una tal Flor.
Simplemente no tenía ganas de hablar con nadie. Flor le gustaba mucho, pero seguro que querría encontrase con él esa noche. Pero ese fin de semana no estaba para nadie.
—Decile que no estoy. Que dejé dicho que si ella llamaba le dijeran que después me comunico.
Ya le hablaría durante la semana, pensó, mientras se quedaba dormido.
El domingo fue un día largo, pero valió la pena. Era necesario hacer varios (demasiados) arreglos en el techo (lo más urgente era una cruz que estaba prácticamente suelta), pero en lo que se refería a higiene, no se podía pedir más.
Llegó tarde a casa. Todos (bueno, su hermano no) lo miraban con curiosidad. Tuvo que someterse a un interrogatorio familiar: por qué tenía que trabajar los fines de semana, si se sentía bien, por qué no comía, si no quería ir a ver a un clínico. Cuando por fin pudo desligarse del acoso, fue directo a la cama. Una vez tranquilizado, se sintió feliz y emocionado. Feliz por el trabajo ya realizado, y emocionado porque mañana entraría por primera vez a la tumba. Se durmió y soñó que forzaba la puerta, ingresaba, y que se encontraba con cosas extraordinarias. Pero a la mañana siguiente no recordaba nada importante de su sueño.
El lunes amaneció templado y húmedo. El cielo cubierto descargaba una garúa intermitente y Mario se dijo que menos mal que ese día le tocaba trabajar bajo techo.
Por supuesto que no consiguió la llave del candado, que sólo se adivinaba tras la herrumbre, pero al tercer martillazo se deshizo. Empujó la puerta, donde se le antojaba que los latidos de su corazón hacían eco, pero no pudo moverla. Probó con tirarla hacia él. Ahora sí se movió y sintió el vaho del interior, que le recordó a un tapper que hubiese contenido carne que se había echado a perder. Los cristales dejaban pasar una luz de cera que por alguna razón produjo en Mario una ansiedad angustiante. Era una sensación que sólo unos días antes le habrían motivado a salir corriendo, pero se dio cuenta, asombrado, de que de alguna forma esa impresión le agradaba. El ataúd estaba en el medio de la cámara. Necesitaba urgentemente una buena lustrada, lo mismo que el resto del interior. Y cuanto antes se pusiera a trabajar, antes terminaría.
Cuando habían pasado unos pocos minutos después de las cinco de la tarde, escuchó que una voz conocida gritaba su nombre. Salió a desgano. Era el comisario Guzmán, con otro policía que no recordaba haber visto antes. Durante más de una hora le hicieron las mismas preguntas de la última vez. Mario estaba nervioso, pensando en que le faltaba más de la mitad para que el interior quedara tan refulgente como la parte de afuera, y ese nerviosismo seguramente era interpretado por Guzmán y su compañero como un signo de culpabilidad, lo que los cebaba con más preguntas y más nervioso se ponía Mario.
Hasta que por fin se fueron, no sin que le advirtieran que muy probablemente se volverían a ver.
Mario tuvo de repente una sed terrible. Fue hasta la oficina de personal y buscó agua en la heladera. Una botella (que había contenido salsa) estaba llena y tomó casi un litro. Y sin perder más tiempo volvió a su tarea.
A las siete y media de la tarde se dio cuenta de que no podría terminar ese día. A menos que se quedara algunas horas más. ¿Por qué no? Sus ansias por finalizar eran superiores a su cansancio. Esos policías le habían hecho perder mucho tiempo. Y siguió trabajando.
A las doce y cuarto de la noche se dio cuenta de que tendría que pasar la noche allí. Si se hacía ver por los guardias llamaría demasiado la atención. Pero también tenía que avisar a su casa, aunque eso se solucionaba fácilmente: tenía su celular. Nunca lo usaba, pero esta vez sí que resultaría útil. Atendió su mamá y le dijo que se quedaba a dormir en la casa de un amigo. Normalmente a su madre no le hubiera inquietado, pero esta vez notó una cierta tensión en su voz. Las madres siempre se preocupaban más de la cuenta.
Siguió trabajando sin parar hasta las dos, cuando el sueño, un letargo profundo lo invadió y se quedó dormido. Cuando despertó había mucha luz. Miró a su alrededor y se dio cuenta de dónde estaba. Sonrió satisfecho. Qué bien se dormía ahí. El silencio era único. Era extraño, pero no entendía cómo alguna vez había sentido rechazo hacia los cementerios.
Se aseó, desayunó la mitad del sándwich que había traído para el almuerzo del día anterior y reanudó la tarea. Era un gran día: hoy la cripta estaría completamente limpia después de décadas de abandono.
Logró su cometido bien entrada la tarde. Se sentía como si lo que hubiera limpiado fuera su propia cabaña a la vera de un lago. Se sentó a descansar en la escalinata de entrada.
—Mario…
Mario giró la cabeza y vio a Flor. Llevaba una blusa rosada y vaqueros. Y el pelo suelto. Mario se puso de pie, pero no se acercó a ella. En realidad, le irritaba que hubiese venido; ella no pertenecía a ese lugar, y ese lugar no la quería allí.
—Flor, qué hacés aquí.
Flor observó el panteón detrás de él.
—Es aquí, ¿no? Adonde no te tenías que acercar.
Mario sintió tensarse los músculos de la cara.
—No soy supersticioso. Y no me respondiste la pregunta.
—¿Qué pregunta?
—Qué hacés aquí.
Ella se movió inquieta.
—Qué hago aquí. No nos vimos en el fin de semana y no me llamaste. Acabo de hablar con tu mamá y me contó.
—Te contó… ¿qué te contó?
—Que no te tomás francos, que no comés, que es la primera vez que ella recuerde que no hacés deportes. Y tuve un mal presentimiento. Si no, no habría venido, a pesar de que… a pesar de que me importás, no habría venido.
—Bueno, gracias, pero como ves, tu mal presentimiento estaba equivocado.
—A lo mejor no.
Se acercó a él y le tomó de las manos.
—Por favor, escuchame —le dijo—. Apenas vi esta cripta y supe que era la misma de la que me hablaste. Hay algo malo en este lugar, algo que te está afectando. ¿Qué es lo que…
—Basta de estupideces. Lo único que me está afectando es ser vigilado en mi trabajo. No hay nada extraño aquí, más que la estupidez de la gente, que inventa misterios.
—Esas personas desaparecieron.
—Mucha gente desaparece. Y el resto se fantasea. Sin ir más lejos, a una amiga, digamos, vos le dirías sin dudar que algo… extraño me está afectando. Y con el tiempo se forman las leyendas, como las leyendas urbanas.
—Pero vos me prometiste que no te ibas a acercar a esta cripta.
—Otra vez lo mismo. Yo no prometí nada a nadie, y aquí estoy en perfectas condiciones, ¿no?
—Mario, estás más flaco, demacrado. Tenés ojeras. Por no hablar de tu forma de ser. Cuando te conocí eras dulce, alegre, divertido, y en una semana te convertiste en otra persona.
Mario retrocedió y se apoyó en la fría pared, dándole la espalda a la mujer. Sintió físicamente que la ira le conquistaba todo el cuerpo. Qué idiota puede ser la gente a veces. O mejor dicho, todo el tiempo. No hacía más que crear conflictos de la nada. Ver a Flor en su lugar de trabajo le había molestado, pero ahora ya le estaba teniendo verdadera antipatía. Ella tenía que irse. Para evitar males mayores, ella tenía que irse.
—Flor, hablemos en otro momento. Yo te llamo. Tengo que seguir trabajando.
Ella se acercó y apoyó una mano en su hombro.
—Yo sé que no es tu verdadero yo el que me está diciendo esto. Por favor, Mario, antes de que sea demasiado tarde, dejá este lugar. Ya vas a conseguir otro trabajo. Sos joven, sos inteligente. Vas a ahorrar, vamos a ahorrar juntos para irnos de vacaciones. A las mejores vacaciones de nuestras vidas. A los mares de Australia, Mario, ¿te acordás?
Mario recibió otra inyección de furia. Una furia antigua, helada, incontenible. Una furia que le hizo darse vuelta como un látigo y pegarle con el puño cerrado a Flor en plena mejilla.
La joven no tuvo tiempo de sorprenderse. Cayó de espaldas, sobre la losa que bordeaba la escalinata, y al escuchar ese ahogado e inconfundible estallido, Mario supo que se había roto el cuello.
Contempló a Flor, tirada en una posición extraña, doblada la cintura. El pantalón de tiro corto dejaba ver una zona de piel más blanca. Desvió la vista hacia la cabeza. El pelo, rubio y castaño, estaba divido con una raya a un costado, y bajo su oreja izquierda, se mezclaba con sangre, ensuciando el mármol pulido.
Mierda, mierda, mierda. Eso era lo que la gente conseguía con sus estupideces. ¿Por qué no se había ido cuando se lo dijo? ¿Cuando todavía podía? Mierda, la había matado. Esta vez la policía lo encerraría sin dudar. Ese maldito comisario. Si tan sólo lo dejaran en paz. Si tan sólo ella lo hubiese dejado en paz. No sentía pena, solamente rabia y asco por el mundo. Se introdujo en el panteón. Ahí se sentía a salvo, protegido. Sólo que no lograría protegerlo del comisario Guzmán. Pensó que se desmayaría y se recostó contra la plataforma sobre la que estaba colocado el ataúd. La rabia cedió lugar a un letargo, como una hipnosis soporífera, y junto con el letargo vino la certeza, la completa seguridad de lo que tenía que hacer.
Se puso de pie. Primero tenía que abrir el ataúd. Pensó que sería dificultoso, pero no, el cajón tenía unas cerraduras especiales, bastante más modernas en comparación con el resto. Simplemente se presionaba un par de botones de metal que liberaban un par de clavijas, también de metal, atornilladas en la tapa. El ataúd, de esa manera, se podía cerrar desde adentro, pero no abrirlo.
Mario levantó la tapa completamente. La cobertura de metal había sido cortada con un soplete, por lo que se encontró frente un esqueleto vestido con la misma ropa de trabajo que tenía él. Mario no sintió repulsión. Como si supiera de antemano con lo que habría de encontrarse, comenzó con tranquilidad a sacar los despojos del féretro y a depositarlos sobre el piso. Primero sacó la camisa, los pantalones y el guardapolvo, que contenían una buena cantidad de huesos. El resto quedó desperdigado dentro, pero así como había limpiado la cripta por dentro y por fuera, ahora le tocaba asear el cajón. Retiró todos los huesos y el polvillo gris y negro, hasta que quedó vacío. Luego fue directamente, sin dudar, hasta una losa en el piso, junto a la pared del fondo. Levantó la losa (que era mucho menos pesada de lo esperado, porque no era maciza) y descubrió unas gradas de mármol que conducían al subsuelo. Bajó con su carga. El aire encerrado le invadió los pulmones. Estaba oscuro y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la penumbra. Lo primero que distinguió, en los anaqueles destinados a sostener los ataúdes, fue una calavera que lo miraba desde un guardapolvo azul, igual al suyo y al del féretro. Un poco más al fondo descubrió otro uniforme, pero este era gris, y más antiguo. En total contó siete calaveras. Todo el nicho estaba ocupado por ropa y osamenta. Un brillo le llamó la atención. Hurgó entre huesos y polvo y sacó una mano que en una de sus falanges ostentaba un antiguo y rico anillo de oro, digno de un marqués. La piedra preciosa, de un verde profundo, refulgía aun en esa media luz.
Acomodó los restos que había sacado del ataúd junto con los demás y subió a la cámara principal. Corrió la losa hacia su lugar original y limpió el piso para que no quedaran huellas. No debía quedar ni un solo rastro. Como tenía las manos llenas de polvo, se demoró bastante.
Sacó los elementos de limpieza fuera del edificio y los colocó junto al cadáver de Flor. Trancó las puertas, encerrándose. Pensó en su familia, en cómo lo acosaba; en los policías, que tampoco lo dejaban en paz; en Flor, tirada ahí afuera, que insistió en quedarse. Todos ellos lo obligaban a hacer eso que haría. Estaba harto, sólo deseaba descansar. Descansar en paz.
Trepó hasta el ataúd y se introdujo en él. Con alguna dificultad, pero lo logró. La madera se sentía dura ahí dentro, pero estaba tan somnoliento que no le molestaría. Una vez acostado, tiró de la tapa y ésta cayó, asegurándose en las cerraduras.
En la mortal oscuridad, sentía retumbar su corazón. Al principio fuerte, luego enlenteciéndose y haciéndose más suave, cada vez más suave, más lento y más suave…
Ahí estaba a salvo, ahí estaba seguro. Ningún problema podía afectarlo. Tuvo un último pensamiento de su mamá, su papá, su hermano. Y de Flor. Lástima, pero así eran las cosas. Sintió que la barbilla se le aflojaba.
Cerró los ojos, y esperó.